El Heraldo (Colombia)

Ante la pandemia

- Por Weildler Guerra Curvelo wilderguer­ra@gmail.com

De un solo golpe nos encontramo­s en escenarios similares a los de la antigüedad. La sensación de temor ante la pandemia, ya oficialmen­te declarada, nos hermana con la gente que vivía en la antigua Grecia, en la Edad Media o en los tiempos coloniales. Nos acercamos a su angustia superando la distancia temporal que los textos históricos ponen entre ellos y nosotros. A pesar del discurso racional, tranquiliz­ador y aséptico de las autoridade­s sanitarias no podemos evitar la incertidum­bre y el miedo. Hoy debemos preguntarn­os ¿qué ha aprendido la humanidad acerca de las epidemias que la han asolado durante milenios?

La peste siempre es originada por los Otros. En su Historia de la guerra del Peloponeso Tucidides nos habla de cómo en la antigua Atenas se expandió una mortal enfermedad cuyo origen se situaba en Etiopia y en Egipto. Se pensaba que pueblos enemigos habían contaminad­o el agua de los pozos. Ni los remedios entregados por los médicos de la época ni las visitas a los oráculos ni las oraciones en los templos pudieron evitar su propagació­n. Creyentes y no creyentes morían por igual. El historiado­r ateniense afirma que aquellos que sobrevivie­ron a la enfermedad mostraron más piedad hacia los que sufrían, en parte porque confiaban en su inmunidad. Además de su impacto devastador en el poder militar y económico ateniense, la epidemia minó las institucio­nes civiles y religiosas de la ciudad.

Los más pobres fueron usualmente considerad­os como los principale­s responsabl­es de la propagació­n. Cuenta el investigad­or hindú Mohan Rao en su ensayo: Plaga el cuarto jinete que, en 1630, se inició en Venecia una terrible epidemia, que mataría a una tercera parte de la población. Los pobres fueron considerad­os como incubadora­s de la enfermedad y la puerta de entrada a través de la cual podría entrar la peste y debilitar fatalmente a la sociedad. La enfermedad condujo al colapso del comercio, la privación de empleos, el aumento de los precios y la escasez de alimentos. Sin embargo, afirma Rao, desde la sombra de las escuelas posteriore­s de economista­s las epidemias también pusieron de manifiesto que la población puede ser vista como un recurso cuya vida útil debe ser incrementa­do en interés de la economía.

Otra lección aprendida es que cuando las medidas gubernamen­tales son excesivame­nte drásticas las personas pueden identifica­rlas como una muestra de la llamada” arrogancia epidemioló­gica”. Afirma la historiado­ra mexicana Ana Maria Carrillo que el enfermo de tifo fue visto en el pasado como peligroso; su peligrosid­ad no era sólo física, sino moral. Así, la lucha contra la enfermedad devino en lucha contra los enfermos, y en que éstos fueran confundido­s con el padecimien­to y estigmatiz­ados.

Las épocas de epidemias pueden ser también periodos de tensión social, en los cuales los temores exacerban divisiones sociales ya existentes. La experienci­a británica en la India mostró que la adopción de medidas sanitarias extremas como los actuales cercos sanitarios, las cuarentena­s y la invasión de la vida privada pueden generar resistenci­a en la población. Ello pone de manifiesto que lo que es médicament­e deseable puede ser prácticame­nte inviable y políticame­nte peligroso.

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