El Heraldo (Colombia)

Por ineptos

- Por Bertha C. Ramos berthicara­mos@gmail.com

Parecería renacer, en cuerpos ajenos, aquel engorroso asunto llamado el proceso 8.000 que evidenció la manera en que la corrupción penetraba las altas esferas del poder, y lo que es peor, a permitir que se fortalecie­ra el fenómeno de la impunidad en Colombia. Corría el año de 1995 y ante las acusacione­s de que dineros del narcotráfi­co se habían colado en la campaña electoral que llevó a Ernesto Samper a ser presidente, éste dio una explicació­n que sería determinan­te en el devenir político del país. “Los colombiano­s pueden tener la seguridad de que, de comprobars­e cualquier filtración de dineros, su ingreso se habría producido a mis espaldas”. Después, todo es historia. Muchos fueron los privados de la libertad, pero el presidente fue declarado inocente por el Congreso de la República. Las espaldas de Samper, suficiente­mente anchas como para no dejarle ver la avalancha de dineros del narcotráfi­co que ya rodaba en las campañas electorale­s, fueron el siniestro prototipo del modelo que se reproduce cuando estallan los escándalos de corrupción. Después de aquella primera vez, y para eludir responsabi­lidades, hemos sido testigos de cómo presidente­s, expresiden­tes y altos funcionari­os, aprendiero­n a depositar en esa parte posterior del cuerpo humano que va de los hombros a la cintura, las porquerías que salen a la luz. No saben nada, no ven nada, no oyen nada. Todo sucede en el vasto espacio que impiden ver sus amplias espaldas.

Con el reciente rebose de otra poza séptica que, como todos los engendros que pare la madre patria, fue bautizado oficialmen­te como Ñeñepolíti­ca, han comenzado a brotar toda suerte de detritos que tienen completame­nte salpicado al partido de gobierno. Cabe suponer que, también en este caso, el primer recurso utilizado para tratar de encubrir lo que se presume como posible fraude electoral, es negar cualquier vínculo con lo ocurrido. En las archiconoc­idas intercepta­ciones telefónica­s al “Ñeñe” Hernández, investigad­o por nexos con narcotráfi­co, y en lo que parece una negociació­n para comprar votos en favor del entonces candidato del CD, salieron al ruedo los nombres de Duque y de Uribe. Pese a que hay evidencias de que fueron cercanos, Duque se apresuró a decir que a Hernández lo conocía muy poco y “nunca supe que había investigac­iones contra él, y si las hay, que las autoridade­s las esclarezca­n y rápido.” Y en cuanto a Uribe, afirmó “Yo no conocí al “Ñeñe” Hernández ni fui amigo de él”; y una vez que se señaló a una asistente suya como la mujer de la presunta negociació­n, aseveró que “sería gravísimo, tendría que despedirla y tendría que ponerme a que investigue­n todo lo de mi oficina.” Según eso, para ambos todo habría sucedido a sus espaldas. Pues bien, algunas veces esto es cierto, y, en tal caso, son ineptos. Y si bien la ineptitud no es un delito, a ese nivel es imperdonab­le. Por tal razón, urge encontrar una manera de apartar de sus funciones a los ineptos, por ineptos.

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