Vejé, tolondra, conquista
P.: ¿Las palabras ‘limpia’ y ‘vejé’, que oía en mi niñez guajira, han caído en desuso? Luis B. Ariza B., B/quilla
R.: Las dos aún se utilizan, sobre todo ‘limpia’, azote que como castigo dan los padres a los hijos, que en otras regiones del país equivale a muenda, pela, azotaina, zurra, zurimba… El origen de ‘limpia’ con este último sentido no está determinado. Con ‘vejé’, voz empleada en poblaciones y áreas rurales de la Costa profunda, sobre todo de La Guajira y del Cesar, se alude al hijo menor y más consentido de una familia. Cuando, modelado por una cultura y una conducta ancestrales, un individuo dice: “Tengo tres hijos; Rut es la vejé”, está diciendo: “Rut es mi hija menor, la que me va a acompañar en la vejez”. En otras partes de Colombia, al vejé se le dice cuba o bordón.
P.: ¿Cuál es el origen de la expresión ‘a topa tolondra’? Carlos A. Martínez L., B/quilla.
R.: La locución tiene el sentido de proceder sin reflexionar. Se trata de una ‘frase hecha’, que, por lo mismo, no puede ser vertida literalmente a otro idioma. En principio, era ‘a topa tolondro’, luego se convirtió en ‘a la topa tolondro’, como figura en algunos diccionarios, y, después, debido a que ‘la’ y ‘topa’ son femeninos, ‘tolondro’ pasó a ser ‘tolondra’. Como su origen es incierto, caben las conjeturas: ‘topar’ es chocar una cosa con otra, y ‘tolondro’ (o ‘atolondrado’) es una persona aturdida por un golpe. Por eso, la expresión intenta decir que alguien ha chocado contra una realidad, lo que lo ha dejado aturdido o frustrado y lo ha llevado al fracaso: “Se separaron.
Acababan de conocerse y a los dos meses se casaron a la topa tolondra”. Entonces, quien actúa así lo hace alocadamente, con rapidez y descuido, sin percibir peligros o desencuentros o sin analizar si el resultado de su acción va a ser bueno o malo.
P.: Una amiga feminista dice que, después de todo, son las mujeres las que conquistan a los hombres… AYB, B/quilla
R.: Le contesto con una idea muy personal, sin asideros científicos o sicológicos o de otro tipo y sin citas que la respalden. Lo dicho por su amiga se ha sostenido en el transcurso del tiempo. Los hombres sabemos que las mujeres son misterios por resolver, y que además de afecto y compañía nos demandarán otras emociones, como el placer y la risa, que deberemos proporcionarles y que ellas nos retribuirán. No obstante, los hombres seducimos solo porque las mujeres nos lo permiten, es más, porque ellas nos ordenan que procedamos. Cuando a una mujer le interesa un hombre, muchas veces, hechicera, sutil, hace un gesto apenas perceptible, por lo general con la mirada o la sonrisa, y el hombre se acerca y da el primer paso para comenzar una relación sin saber que lo ha dado solo porque ella ha querido que lo dé. En consecuencia, sin ser esta una conclusión incontrovertible, el hombre seductor no es el que cautiva, sino el que se rinde, el que capitula frente a un deseo o a un mandato femenino.