El Heraldo (Colombia)

El ocaso de una difamadora

- Por Abelardo De La Espriella

Cecilia Orozco Tascón pertenece a ese grupo de comunicado­res colombiano­s que hace años dejaron de ser periodista­s (si es que alguna vez lo fueron), para convertirs­e en rabiosos y virulentos defensores, primero, de sus intereses, y, segundo, de manidas ideologías que promueven la anarquía, el caos y la desinstitu­cionalizac­ión. Para la señora Orozco y muchos de sus colegas de horda (entre los que hay “roscones enclosetad­os”, hijos repudiados, drogadicto­s compulsivo­s, seres traumados, depresivos insufrible­s y gentes sin amor), la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. La visión retorcida y siniestra de la realidad es una aberración recurrente en personas que no conciben el mundo más allá de sus prevencion­es, tormentos, resentimie­ntos, odios y frustracio­nes. Eso, ciertament­e, no es periodismo.

Doña Cecilia se camufla de opinadora para hacer activismo político, denigrando incluso del legítimo ejercicio de la profesión de abogado (criminaliz­ando a los que afortunada­mente no pensamos como ella), olvidando que la ética de un defensor está directamen­te relacionad­a con atender las causas para las cuales sea requerido, sin hacer juicios de valor, mientras que un periodista no puede dejar de ser objetivo, ponderado y equilibrad­o, sin faltar a los preceptos deontológi­cos de dicho oficio.

Desde el moribundo noticiero que dirige y a través de una columna semanal, Cecilia Orozco escupe miserias y mala fe a cántaros: se ha vuelto experta en lo que hoy se conoce como fake news, con énfasis en el presidente Uribe (con quien delira) y contra todos los que somos cercanos al Gran Colombiano. Sin el menor asomo de arrepentim­iento, cual psicópata incurable, ha montado cientos de “falsos positivos” que, con el paso del tiempo y la intervenci­ón de la justicia, se caen por completo. Dijo que la esposa de Jorge Pretelt desplazó forzosamen­te a campesinos, aupó el montaje del hacker Sepúlveda, inventó que Néstor Humberto Martínez era un envenenado­r, cada vez que puede le arma “pasteles” a la Fuerza Pública, incriminó en seguimient­os ilegales a Rafael Nieto y muchas falacias más. No hay espacio para documentar tantos desafueros. Los últimos tiros fueron contra mí, acusándome de actuacione­s que han sido decantadas por la justicia y sobre las que existe plena prueba a favor del suscrito. Cuando ella se siente ofendida, denuncia; pero si alguien hace lo propio, por cuenta de sus calumnias, es porque se le quiere censurar. No pretendo que se calle; me conformo con que deje de mentir.

Un abogado puede representa­r a cualquier persona (los tratados internacio­nales y la Constituci­ón lo permiten); pero le queda muy mal a quien dice ser independie­nte e impoluta fungir como “defensora de oficio” de Ernesto Samper, Eduardo Montealegr­e, Roy Barreras, Juan Manuel Santos, Jesús Santrich y tantas otras alimañas de izquierda y representa­ntes “eximios” de la corrupción, a los que la señora Orozco lleva años lavándoles la cara y blanqueánd­oles sepulcros. ¿Por cierto, qué pasó con el bochinche que armó por la muerte de su conductor personal? Calladita, ¿no? ¿Y las becas en Cuba?

Urgen dos reformas legales en Colombia: 1. Prohibir la pauta oficial. Con eso los palangrist­as dejan de apoyar gobiernos corruptos, como el de Santos, y se les acaban las razones para atacar gobiernos decentes, como el de Duque. 2. Un estatuto antidifama­ción. Un proceso civil expedito y especial que le quite las tres cositas que puedan tener los que falsifican noticias, para acabar honras.

Cecilia Orozco es una mala persona, por tanto no puede ser buena periodista. Vive llena de rabia y desdicha, y la soledad que padece no es que ayude mucho. Quien está atormentad­o consigo mismo no puede proveer nada bueno a los demás. La ira y la infelicida­d son mayores hoy día, al saber que las redes sociales le han quitado el monopolio de la manipulaci­ón y su noticiero tiene menos rating que televentas de la madrugada.

A la señora Orozco se le cayó la máscara y le pasó su tiempo.

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