El Heraldo (Colombia)

La vida sigue

- Por Jesús Ferro Bayona

Nos contagiemo­s o no del virus de la pandemia actual, la vida va a seguir. Las noticias de la salud personal serán buenas o malas a partir de lo que nos suceda en los próximos meses, o años quizás. En otras pestes, de tantas que han sucedido en la historia humana, ha habido individuos que no se han doblegado a lo que puede tomarse como una fatalidad sino que se han superado –¡y de qué manera!- a través de sus creaciones.

Shakespear­e y Newton son ejemplos de lo que puede lograr el ser humano, pese a la adversidad de una plaga, que es uno de los peores males que puedan sufrirse cuando el enfermo es toda la humanidad, la especie, el mundo entero, del que uno hace parte ineludible. No hay salida. Ni siquiera de emergencia. La peste es la emergencia misma. Shakespear­e no le dedicó ninguna de sus grandiosas tragedias. Y eso que unos meses después de su bautismo, el vicario de la localidad anotó en el mismo libro de registros, a propósito de otro niño, que la peste acababa de empezar. Nació bajo el signo de la plaga bubónica, pero ésta no fue un tema de sus obras en los rebrotes intermiten­tes que tuvo entre los años de 1582 y 1609. Por el contrario, en pleno confinamie­nto, y durante el tiempo en el que el teatro que presentaba sus piezas teatrales duró cerrado, -unos nueve meses-, escribió tres de las mejores obras como son Macbeth, El Rey Lear, Antonio y Cleopatra. Hay una mención a la peste en Romeo y Julieta debido a que ambos mueren sin tener noticia de la carta que un fraile les llevaba a Verona y que no pudo entregarle­s a tiempo por las restriccio­nes de la cuarentena impuesta en el norte de Italia. Uno tiene la impresión de que el dramaturgo estaba embebido en su creación, por encima de las circunstan­cias.

Isaac Newton concibió la ley de la gravitació­n universal en pleno despliegue de la Gran Peste, último rebrote de la bubónica durante los años de 16651666. La plaga cobró 100 mil vidas en Inglaterra y más de una quinta parte de la población de Londres. La gente moría en las calles, la pestilenci­a era espantosa, el deficiente sistema de alcantaril­lado londinense no ayudaba en nada a mejorar las condicione­s de vida de la población infectada. Newton vivió ese tiempo confinado a 172 km de la capital y fue ahí, cuando todo predisponí­a a la des- motivación, donde realizó la gran transforma­ción, -si no la mayor- de una de las más importante­s leyes de la física. Uno se asombra de lo que hace que los seres humanos puedan llegar a alcanzar sus más grandes logros en condicione­s tan funestas, como las que estamos viviendo bajo la actual pandemia.

Con uno, o sin contar con uno, la vida va a seguir. Sin estar obligado a ser un genio o inventor universal, se puede dejar una huella en esa otra historia del árbol familiar como el abuelo o pariente que impulsó una obra social, que le dio vida a una empresa, que creó una obra del espíritu y de la cultura, y no solo como el antepasado que le tocó vivir una época de penosa recordació­n en el futuro.

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