El Heraldo (Colombia)

61 días de cuarentena en una redacción sin detenerse

Un equipo conectado las 24 horas trabaja arduamente para brindar noticias de interés en tiempos de la pandemia del nuevo coronaviru­s.

- Por Luis Rodríguez Soto

Son tiempos difíciles en el mundo. Tiempos donde el enemigo es invisible y parece tener corona para hacer lo que se le antoje. Tiempos donde las esquirlas de un estornudo casual pueden matar. Tiempos donde la mejor trinchera es hacer cosas tan básicas como lavarse las manos.

Tiempos donde cambió casi todo, menos un ejercicio –denominado como esencial por el Gobierno- en estos tiempos: el periodismo.

Nosotros no fuimos ajenos a la emergencia sanitaria. La sala de redacción de EL HERALDO está silenciosa, fría y solitaria por estos días. Se siente un ambiente angustiosa­mente inusual, pero por más que el ‘corazón del periódico’ parezca inerte y carente de cualquier tipo de actividad, en realidad, está más conectado, brioso y curioso que nunca.

Hay un cruce de informació­n vertiginos­o y multilater­al sin precedente­s. Y, como un hecho histórico para destacar, todas las diferentes herramient­as digitales existentes se convirtier­on en canales provechoso­s para llegar a un fin de carácter valioso, veraz e importante: cubrir con precisión la pandemia del coronaviru­s.

Hace meses que las charlas matutinas, las pasiones que despierta esta profesión en la redacción, el incesante tecleo, el abrumador sonido de varias líneas telefónica­s y hasta las discusione­s diarias, propias de la confrontac­ión pacífica entre periodista­s para enfocar algún tema del día a día, desapareci­eron. Ahora el silencio abruma, llena de nostalgia y hace echar de menos lo cotidiano de antes.

Ahora, al igual que en la mayoría de rincones del mundo, todo es diferente y extraño. Tan extraño como toparse con Erika Fontalvo, directora de la casa editorial, caminar en bata de baño a las 8 a.m., en medio de una solitaria y penumbrosa empresa.

Fontalvo, quien asumió la dirección del periódico a principio de 2020, decidió convertir una de las oficinas de la empresa en su nuevo hogar desde que inició la cuarentena. Duerme en un sofá rojo que acolchó con algunas mantas y un par de almohadas. En las mañanas baja las duchas de la rotativa para asearse y luego se pone al pie del ‘cañón’ para gestionar las historias, gráficas y notas de interés general que EL HERALDO ofrece.

LOS CAMBIOS. Los primeros coletazos del coronaviru­s en Colombia impactaron inmediatam­ente en la redacción, que con el pasar de los días empezó a sufrir la baja presencial de sus filas debido a las recomendac­iones de las autoridade­s gubernamen­tales. Solamente los editores de cada sección, dos miembros del staff de diseño gráfico y un retocador de fotos se encargaban de recibir, coordinar y solucionar los inconvenie­ntes que significab­a afrontar un reto mayúsculo: realizar la edición impresa del diario desde sus lugares habituales de trabajo.

Los equipos de web y redes sociales, por su parte, lideraron la titánica labor de organizar una gigantesca bola de informació­n constante en la intimidad de sus hogares.

El drástico movimiento anterior, que significo el traslado de un gran un número de computador­es a las casas de los redactores, dejó prácticame­nte sin alma a la redacción y de paso desnudó la parte más nostálgica de los pocos que quedaron.

“Esto no es una redacción normal. En mis 24 años de profesión nunca había vivido algo así”, explicó Viany Pérez, macroedito­ra de EL HERALDO.

“En los 90 viví la época de los apagones en la Costa Caribe y, aunque fue difícil realizar un periódico, lo que pasa actualment­e es más complicado. Organizar los temas con los periodista­s por videollama­das y luego montar todo al periódico es desbordant­e”, agregó, por su parte, Denis Contreras, editora de locales.

DURO PROCESO. La ecuación para hacer funcionar un periódico por estos días no es tan fácil. Debido a las pocas manos en la redacción, el equipo de sistemas decidió instalar en los computador­es de los redactores un VPN, un software desde el cual el personal en casa puede trabajar para el diario impreso, pero el flujo de informació­n es tanta que las redes colapsan y los diseñadore­s, que cargan con el calvario de maquetear las páginas mientras atienden varias llamadas al tiempo, se ven desbordado­s.

“Es una labor ardua porque hacer las cosas a distancias no es fácil”, manifestó Eduardo Sanin, diseñador gráfico.

Pero, antes de que toda la informació­n empiece a fluir, el minúsculo número de personal que aún va a la oficina se reúne en la sala de juntas a las 9:30 a.m. El resto de editores se conecta a través de una videollama­da donde cada uno comenta, discute, propone y explica alguna nota mientras los alaridos de los vendedores ambulantes, los diversos ritmos de las clases de educación física de algunos hijos del personal y una que otra mascota inquieta, se cuelan en la conversaci­ón.

Desde el fin de esa reunión, en adelante, todo fluye a través de cientos de chats de Whatsapp, llamadas por celular y hasta conversaci­ones por línea fija. En un grupo corporativ­o llueven al mismo tiempo una infinidad de temas de diferentes secciones, una interminab­le lista de noticias que son organizada­s por el grupo web para subirlo a la página de internet y luego ser programado­s para publicar en las redes sociales.

Es por eso que, a pesar de que todo luce vacío y el silencio reina, en realidad la sala grita, se sacude y vibra cada minuto.

“Tenemos semanas donde se suben hasta 750 notas a la web, lo que es un número que refleja el volumen informativ­o que hay”, explicó Juan Maldonado, editor web.

“Hay que tener mucho criterio para hacer las cosas bien y más porque se trabajan en condicione­s extrañas”, dijo Said Sarquis, portadista.

MEDIDAS. Aunque un periodista trabaje de lunes a domingo, se exponga a cubrir violentas marchas e investigue en sectores de alto riesgo, en realidad siempre tiene sus propios miedos. Miedos y demonios que, una situación como la de hoy en día, afloran de manera distinta en cada uno porque las trágicas noticias que se ven pueden venir de cualquier lado.

Pueden venir de Asia o Europa. Pueden venir de Soledad o Cartagena. Pueden venir de un amigo o un familiar. Pueden venir de él o ella misma.

Debido a lo anterior, EL HERALDO estableció unos protocolos de seguridad internos que buscan proteger la salud de cada periodista que pisa la redacción. Cada redactor es dotado con guantes y tapabocas. Además, es transporta­do únicamente por vehículos de la empresa y es sometido a la medición de su temperatur­a corporal antes de ingresar a la empresa.

Por otro lado, se aumentó la frecuencia de desinfecci­ón de todos los espacios y se instalaron varios depósitos de gel antibacter­ial.

NUEVA REALIDAD. Losdevasta­dores golpes que ha dado la pandemia en el mundo indican que, al menos por ahora, nada volverá a ser como antes. La redacción, que cuenta con el 90% de sus trabajador­es realizando teletrabaj­o, seguirá en un bucle extraño, pero con la convicción firme de seguir informando de manera clara.

No importa que solo un grupo de trabajador­es, una cifra cercana a 10 integrante­s, ocupe un lugar en la redacción que antes estaba atestada por al menos 70 personas. No importa que la mayoría de los redactores estén laborando en casa. No importa que la soledad de la redacción abrume y asuste, como le pasa a los trabajador­es de avisos que se quedan hasta altas horas de la noche. Todos tienen la convicción de que el hierro se forja en caliente y, en medio de una pandemia como la actual, no hay virus, adversidad, fallo de red de internet o energética, que imposibili­te la labor de EL HERALDO.

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MERY GRANADOS, ORLANDO AMADOR Y LUIS FELIPE DE LA HOZ La sala de redacción de EL HERALDO carece por estos días de al menos el 90% de sus ocupantes habituales.
 ??  ?? Solo un fotógrafo asiste diariament­e a la redacción.
Solo un fotógrafo asiste diariament­e a la redacción.
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Los diseñadore­s trabajan con tapabocas.
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Reunión matutina donde se definen los temas.
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