El acoso también debe ser denunciado
La periodista conocida en el medio como Cucha narra dos hechos de su vida que la marcaron, pero además consulta a especialistas que se refieren a la problemática del acoso y el abuso del que son víctimas las mujeres.
En noviembre de 2019, acostada en el sofá de la sala, recibí por primera vez el video del performance del colectivo feminista Lastesis Un violador en tu camino, en el que mujeres chilenas, de manera enérgica y envalentonadas, interpretaban una coreografía mientras pronunciaban a grito herido el estribillo “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”. Recuerdo haberme incorporado para verlo una y otra vez, mientras experimentaba emociones de orgullo y admiración, pero también de rabia y resentimiento.
La manifestación, que se viralizó en las redes sociales, me llevó a recordar momentos de mi adolescencia en Cartagena, la ciudad en donde crecí y en la que, sin saberlo, fui objeto de violencias “sutiles” —aunque nada que violente la dignidad de un ser humano puede ser sutil— por parte de amigos que crecieron con la falsa creencia de que el acoso a las mujeres es una especie de galantería en la que todo se vale.
“Cucha, acompáñame un momento a mi casa que se me quedó en el cuarto la billetera”. Esas fueron las palabras de un amigo que me estaba “echando los perros”. Yo tenía 13 años y él, 17. De repente me vi acorralada entre él y su cama escuchando la frase “no va a pasar nada que no quieras que pase”. Recuerdo haber sentido vergüenza, miedo y culpa por estar allí, por gustar de alguien que se ponía sobre mí para intentar besarme y tocar mi cuerpo con su sexo sin mi consentimiento.
Nancy Gómez, doctora en Comunicación y especialista en Estudios de Mujer y Género de la Ohio University, señala que “el problema es de qué manera entendemos la palabra ‘consentimiento’, no sólo los hombres sino también las mujeres”. Es mucho más que decir que “sí significa sí” y “no es no”. El consentimiento en las relaciones significa abrir un espacio para decidir, dialogar y comunicar lo que realmente queremos para nuestra vida sexual y afectiva con los demás. Significa ser firmes y claros al decir sí quiero, pero… o “quiero más de esto...” o “menos de aquello…” o simplemente, “no en este momento”.
Con el tiempo me fui acostumbrando a esquivar este tipo de situaciones, que comentaba con amigas con quienes compartíamos los métodos para evitarlas, normalizando estos actos.
Gómez manifiesta que nos acostumbramos porque la educación sexual que recibimos desde niñas, cuando la recibimos, no se enfoca realmente en abordar este tema del consentimiento.
“La cultura, los dogmas y las tradiciones les enseñan a las niñas” a controlarse para no “provocar” a los hombres. Por eso, cuando estamos en una situación donde realmente nos sentimos atraídas hacia a otra persona, pero no queremos tener intimidad con él, nos sentimos al mismo tiempo avergonzadas con lo que sentimos y culpables por “haber permitido que sucediera”, asegura.
A los 16 años, con dos amigas fuimos a dar vueltas en el carro por las calles de Cartagena, como era usual, los domingos después de ir a misa. En un estanco de la calle del Arsenal nos encontramos a unos amigos. Como ya debíamos entregar el auto, ellos propusieron recogernos para continuar recorriendo las calles. No recuerdo que lo viéramos como algo malo, ni que sintiéramos desconfianza pues al fin y al cabo nos conocíamos desde pequeños y nuestros padres se relacionaban entre sí. Así fue como terminamos encerradas en una finca cercana a la ciudad, porque supuestamente “se perdió la llave del carro” y no nos podíamos regresar. Y aunque ellos no se propasaron físicamente las insinuaciones estaban presentes, junto con el estrés y miedo que nos generó la “broma”. Por vergüenza y miedo a ser señalada no compartí esta experiencia con nadie.
“Ese acoso sutil es, definitivamente, el que hemos venido experimentando desde nuestros hogares o desde nuestros espacios privados, no solo con amigos sino también con familiares y personas cercanas. Ha sido algo que se experimenta desde muy temprana edad en el ámbito privado, en el que uno debe considerarse más seguro. Sin embargo, ese acoso está intrínseco en las relaciones personales. El hombre siempre ha creído que tiene el poder sobre la mujer, que es el dueño de su cuerpo”, manifiesta la investigadora en temas de enfoque diferencial Roxana Osorio Rincón.
Con los años la violencia empeoró y las heridas de las experiencias pasadas se fueron sumando.
Estando en la universidad salí con unos amigos a parquearnos por el centro comercial Buenavista. Allí me encontré con otros amigos y decidí quedarme con ellos tomando y escuchando música. Cuando se hizo tarde, un amigo de mis amigos ofreció hacernos el chance a varios hasta nuestras casas, desafortunadamente en el recorrido yo era la última y me quedé dormida en el carro en el que desperté inesperadamente preguntándole al conductor que en dónde estaba y rogándole que me dejara bajar. Cuando por fin paró, lo hizo en una estación y me subí llorando a un taxi y al preguntar al conductor dónde estaba, me dijo que en la vía hacía Juan Mina, una zona de moteles muy conocida en Barranquilla.
Al día siguiente llamé a uno de mis amigos a contarle lo sucedido y llorando le pregunté si yo había sido insinuante, si había sido yo quien había propiciado esa situación y había sido mal interpretada. Su respuesta fue no. Sin embargo, por mucho tiempo seguí culpándome, sintiendo que yo era la provocadora y me había expuesto y por lo tanto era merecedora de lo ocurrido o de lo que hubiera podido pasar.
Osorio explica que “existen conceptos como la cosificación del cuerpo, que ha sido un comportamiento muy normalizado en los hombres”. Sobre todo en las ciudades pequeñas, en los municipios, pueblos, corregimientos se considera que la mujer tiene que estar en las labores del hogar y siempre con la pareja. Estos ejemplos siempre responden a una mujer soltera, que no tiene novio, que está compartiendo con alguien, con un amigo y que por eso son consideradas como un objeto que ellos pueden tomar. Porque otros no las tienen en ese momento. Eso responde a un comportamiento de poder, de eso es mío o tuyo. La cosificación no solo del cuerpo de la mujer, sino de la mujer como tal”.