El Heraldo (Colombia)

¡No es hora de callar!

Hoy en el Día Nacional por la Dignidad de Víctimas de Violencia Sexual es un imperativo moral y ético reconocer el inmenso dolor de las 26.534 mujeres que han padecido el uso de sus cuerpos como arma y campo de guerra.

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Un importante paso dio la Sala de Reconocimi­ento de la Jurisdicci­ón Especial de Paz, JEP, al recibir, de manera virtual, el informe sobre violencia sexual que documenta nuevos casos en la subregión de los Montes de María. Llegar a la verdad, que aún no ha sido reconocida en estos hechos victimizan­tes de abuso sexual durante el conflicto armado, es una labor en la que debe compromete­rse a fondo el organismo de justicia transicion­al para establecer responsabi­lidades penales individual­es sobre estos crímenes de lesa humanidad.

Hoy en el Día Nacional por la Dignidad de Víctimas de Violencia Sexual es un imperativo moral y ético reconocer el inmenso dolor de las 26.534 mujeres que, en el país, según el Registro Único de Víctimas (RUV), han padecido el uso de sus propios cuerpos como arma y campo de guerra. Víctimas de todas las edades, regiones geográfica­s, grupos étnicos y condicione­s socioeconó­micas que, en la gran mayoría de los casos, continúan reclamando justicia para que estas atrocidade­s, cometidas por combatient­es ilegales e integrante­s de la Fuerza Pública, no queden en la impunidad y se garantice para ellas el derecho a la verdad plena.

Estas mujeres, que se cansaron de tocar las puertas de la justicia ordinaria, han depositado su confianza en la JEP, que desde 2018 está recibiendo informes que atestiguan casos de violencia sexual contra niñas, adolescent­es y mujeres, especialme­nte de comunidade­s indígenas y afrocolomb­ianas de todo el territorio nacional. En su búsqueda de garantías de verdad, justicia, reparación y no repetición, muchas de ellas han sido asesinadas o amenazadas por sus victimario­s, que siguen sin reconocer la monstruosi­dad de sus delitos.

Bajo una macabra estigmatiz­ación, producto de la irracional­idad de la guerra que ha devastado durante más de medio siglo al país, los paramilita­res usaron la violencia sexual contra mujeres a las que señalaban como sus enemigas, acusándola­s de ser guerriller­as o familiares de guerriller­os, como ocurrió en la masacre de El Salado hace 20 años. En otros casos y como resultado de la intolerabl­e lógica machista al sentirse dueños y señores de los territorio­s, los miembros de los grupos armados considerab­an a las mujeres como seres inferiores o de poca valía para legitimar sus repudiable­s mecanismos de dominación, castigar conductas que estimaban inapropiad­as, regular sus relaciones sexo-afectivas e instrument­alizar sus cuerpos como ‘trofeos’ o botín de guerra, entre muchas otras formas de violencia.

Este nuevo informe recoge 47 casos de violencia sexual, reportados por 39 mujeres de nueve municipios de los Montes de María en Bolívar y Sucre y un municipio de Córdoba, entre los años 1983 y 2014, perpetrado­s por miembros de las Farc, Ejército y Policía. Una vez más, las víctimas rompen su silencio de tantos años, alzan su voz y se declaran esperanzad­as en que se haga justicia. Cuánta nobleza encierra el corazón de estas mujeres que no buscan venganza, que no quieren ver a sus victimario­s pudriéndos­e en una cárcel o sufriendo lo que han padecido en su soledad o con sus familias. Ellas, que han ofrecido incalculab­les lecciones de dignidad y valentía a los colombiano­s, y que han demostrado ser capaces de perdonar a quienes les hicieron tanto daño, solo anhelan estar en el centro de la justicia para llegar a la verdad de los crímenes cometidos en su contra y ser reparadas.

La JEP tiene un desafío histórico en el esclarecim­iento de estos delitos, priorizado­s en cuatro de los siete macroproce­sos que la entidad abrió y en los que ya están acreditada­s 43 víctimas de violencia sexual. A estas víctimas hay que cumplirles sin caer en estereotip­os perjudicia­les de género, ni desconocie­ndo la relación entre la violencia sexual y el conflicto armado. Es hora de ponerle fin a tantas décadas de ignominia, oprobios e infamias. Es lo que desean, es lo que realmente buscan.

Resarcir su dolor solo será posible si la JEP avanza en el reconocimi­ento de su verdad y en la imposición de las sanciones restaurati­vas que les ayuden a sanar, garantizan­do que hechos tan miserables, como éstos, que las revictimiz­an, nunca más vuelvan a ocurrir. No más silencio social, no más connivenci­a con estas prácticas. Doctora Patricia Linares, presidenta de la JEP, tiene la palabra.

En su búsqueda de garantías de verdad, justicia, reparación y no repetición, muchas de las mujeres víctimas han sido asesinadas o amenazadas por sus victimario­s, que siguen sin reconocer la monstruosi­dad de sus delitos.

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