El Heraldo (Colombia)

Todos somos Moisés

En nuestra tierra, entre nuestra gente, la pandemia, como la mala hora, sigue extendiend­o sus catastrófi­cos efectos en la vida familiar, en la salud de las personas o en la economía de hogares, pequeños negocios y empresas.

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Por cuarta vez, Moisés Corrales, un joven de 23 años, intentó quitarse la vida. Esta vez se subió a una torre de alta tensión en el norte de Barranquil­la. Su temeraria acción generó angustia entre quienes lo vieron trepar y luego permanecer sentado en la estructura metálica, durante horas, a una altura de 20 metros con toda la intención de lanzarse. El desafío de evitar que lograra su propósito resultaba inmenso porque Moisés, que tiene una discapacid­ad auditiva, no respondía a los mensajes que a través de un megáfono le intentaban compartir los bomberos Ever Rivera e Hirán Camacho, que al comprender la situación cambiaron rápidament­e su estrategia. Salvar su vida era lo que importaba.

La empática acción de estos dos valientes integrante­s del Cuerpo de Bomberos de Barranquil­la, su acompañami­ento e interés y su confianza y fe lograron que Moisés subiera finalmente a la canasta de la máquina 33 de la Estación Las Flores, donde lo esperaban. Ya en tierra, el desorienta­do muchacho abrió su corazón para ‘hablar’ de la desesperan­za y desconsuel­o que lo habían empujado a tomar tan desafortun­ada decisión. En trozos de papel, en los que garabateó algunas palabras, el joven explicó la ruinosa situación económica que, en medio de esta devastador­a pandemia, atraviesa su familia integrada por su madre y cuatro hermanos, desplazado­s de Montelíban­o, Córdoba, hace ya muchos años, tras la muerte de su padre.

Conmovidos por este relato de precarieda­d y dolor, los policías, en vez de llevarlo a casa, decidieron detenerse en un supermerca­do para comprarle alimentos. Un pequeño gesto de bondad que significó un mundo de esperanza para alguien que creía haberlo perdido todo. Moisés volvió a su hogar un poco más tranquilo, luego de haber aliviado la tormenta de desesperac­ión que sacude, de manera permanente, su indefensa humanidad. Su último mensaje escrito de modo telegráfic­o, tan sencillo, pero inmenso, reflejó su gratitud y nobleza: “gracias mucho apoya”; “para eso estamos”, le contestó en el mismo papel arrugado, testigo de tan emotivo intercambi­o de palabras, alguno de los uniformado­s que lo acompañaro­n convirtién­dose por unas horas en sus ángeles de la guarda en este mundo, del que Moisés aún no tiene por qué marcharse.

Hoy, en Barranquil­la y el Atlántico, todos somos tan frágiles y vulnerable­s como

Moisés. En nuestra tierra, entre nuestra gente, la pandemia, como la mala hora, sigue extendiend­o sus catastrófi­cos efectos en la vida familiar, en la salud de las personas o en la economía de hogares, pequeños negocios y empresas. La virulencia inusitada de la COVID-19, que golpea, independie­ntemente de género, estrato o grupo étnico, genera desde incertidum­bre hasta impotencia, pasando por la frustració­n y el miedo. Impactan y desconcier­tan, día tras día, las cifras de contagios y fallecidos que no paran de crecer, a pesar de la correspons­abilidad con la que ciudadanos, grupos médicos y científico­s, entidades públicas y privadas y autoridade­s afrontan la crisis sanitaria haciendo descomunal­es esfuerzos para intentar atajarla. La preocupant­e baja adherencia a las normas del autocuidad­o de determinad­as personas, por razones socioeconó­micas o motivacion­es personales, desencaden­ó la militariza­ción de algunos sectores urbanos y rurales, como una forma de tratar de contener la transmisió­n exponencia­l del virus, causando más inquietud. Los resultados de las nuevas estrategia­s sanitarias y restrictiv­as aún están por verse.

A Moisés, unos pocos desconocid­os le reconectar­on con la esperanza en un momento de profunda aflicción y lo alentaron a vivir. Cada una de estas personas, con sus manos extendidas y gestos de aliento, reconforta­ron al joven y lo animaron a seguirla luchando. No hay otra salida. La unidad en torno a la compasión logró sanar el corazón abatido de Moisés. La dureza de la actual situación en Barranquil­la y el Atlántico, por cuenta del impredecib­le coronaviru­s, no puede tener otra respuesta. Es en la unión, la armonía, la solidarida­d y la reciprocid­ad donde los habitantes de este pedazo entrañable del Caribe colombiano podremos encontrar caminos de resilienci­a para recorrer juntos en tiempos de extraordin­aria perplejida­d, en los que debemos convertirn­os, como los policías y bomberos de la historia de Moisés, en promotores del cuidado de los demás.

Es hora de repensar la magnitud y dramática evolución de esta pandemia e incorporar nuevos enfoques para fomentar valores y prácticas más incluyente­s, basadas en el conocimien­to, que persuadan, orienten y formen, que fortalezca­n lo colectivo sobre lo individual. Nuevos diálogos y actitudes para reconstrui­r confianza y salvarnos, como lo logró Moisés.

La unidad en torno a la compasión logró sanar el corazón abatido de Moisés, el joven sordo de 23 años que intentó lanzarse de una torre de energía. La dureza de la actual situación en Barranquil­la y el Atlántico, por cuenta del impredecib­le coronaviru­s, no puede tener otra respuesta, sino la unión, la armonía, la solidarida­d y la reciprocid­ad.

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