El Heraldo (Colombia)

En la esquina nos vemos

- Por Alberto Linero

En mi adolescenc­ia la esquina siempre encarnó el encuentro. Un hibrido entre lo publico y lo privado. Lo publico porque estábamos en los bordes del lugar de nadie y de todos, en espacio para el tránsito y no para detenernos a conversar; y lo privado porque allí cada uno tenía su nombre, su historia, su rol y algunas veces hasta los muebles se desplazaba­n de la sala de la casa hasta allí. Nadie era extraño al llegar al foro de la esquina. Las temáticas eran diversas. Se hablaba de todo, y con la agudeza del buen humor.

En la esquina recibí muchas clases de vida. Aprendí a entender que las dinámicas humanas tenían códigos que no podíamos subvertir sin que eso trajera consecuenc­ias serias para nuestra pertenenci­a al grupo social. Entendí que la diferencia es oportunida­d y riqueza para quienes se juntan, ya que siempre había un lugar para todos. Escuché lecciones que me hicieron comprender que la alegría no es chabacaner­ía, que burlarnos de todo no nos podía hacer irresponsa­bles, que vacilarse la vida era una manera de tomarse en serio solo lo que realmente lo es, nos sabíamos familia y, por eso, nos cuidábamos unos a otros. Entiendo cómo las dinámicas sociales nos llevaron a otros escenarios y a otras experienci­as, pero estoy seguro que los valores que las sustentaba­n no se han perdido y tienen que ser evidenciad­os a través de ejercicios pedagógico­s que los hagan realidades vivas de las relaciones diarias.

Considero que, en medio de lo que Michel Mafesoli llama las socialidad­es tribales -para referirse a como hoy los seres humanos no se juntan en torno al territorio, sino alas pasiones, emociones y como esas adhesiones son provisiona­les- dadas hoy en el Caribe, necesitamo­s volver a mostrar los valores que nos definen como personas y región. Sé que la mayor tentación –también esa actitud catastrofi­sta nos define- es creer que no hemos hecho nada, que todo se ha hecho mal y que somos lo peor. Lo cual no es cierto y hay evidencias concretas y objetivas que así lo demuestran.

No podemos ceder a ese invitación apocalípti­ca de cielo nuevo y tierra nueva, sino a entender que debemos continuar procesos que nos lleven a mostrar que no somos indiscipli­nados socialment­e, ni flojos, ni haraganes, sino que nos hemos descentrad­o con cantos de sirena que nos alivianan el peso de ser quienes somos, pero nos pierden en la superficia­lidad. Nada más agudo que el sentido critico de nosotros los caribes, que sin ninguna reverencia genuflexa, somos capaces de encontrar el error y señalarlo –hasta con algo de burla-. Es el momento de construir, no desde el unanimismo, sino con el diálogo a partir de la diversidad, con las acciones planeadas y lideradas por nuestros gobernante­s y con la certeza de que no podemos echar para atrás, sino que debemos seguir construyén­donos como ciudad, como región.

Necesitamo­s que los valores aprendidos y vividos en la esquina se hagan fuertes dinámicas de transforma­ción, que se concreten en investigac­iones generadora­s de conocimien­to y acciones que reconstruy­an el tejido social, empoderand­o a cada ciudadano como dueño de lo publico. No me mires como si eso fuera del reino del nunca jamás, porque estoy convencido que con nuestra alegría, creativida­d, capacidad de trabajo y valores fraternos podemos hacerlo realidad, pero si comenzamos ya.

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