El Heraldo (Colombia)

Malditos violadores

- Por A be lardo De La Espri ella

No logro entender qué demonios pasa por la cabeza de una persona cuando decide violar a otra. Confieso que me resulta un misterio imposible de resolver. La fuerza y la violencia destrozan la esencia de un acto natural, que, como el sexo, se fundamenta en el consentimi­ento y la voluntad mutua. Hay que buscar en el pasado de ese cafre, en su niñez, probables respuestas para solventar la incógnita. Algo debe estar muy mal en el alma de aquellos que el amor con el maltrato, la humillació­n y los vejámenes.

Cuando los abusados son menores de edad, el tema se torna aún más sórdido y escabroso: quienes ven a una inocente criatura con ojos distintos a los del cariño, la ternura, la ilusión y el afecto son, sin lugar a dudas, seres abyectos y miserables como los que más. Quitarle la inocencia a un niño y de la peor manera posible es un acto abominable y deleznable por donde se mire.

El fatídico episodio ocurrido en el departamen­to de Risaralda hace unos cuantos días, en el que siete militares, todos ellos soldados bachillere­s, violaron a una niña indígena de 13 años, es un hecho atroz, lamentable y horrendo que merece todo el rechazo de la sociedad colombiana. ¡Pero ojo!, por un puñado de degenerado­s no se puede condenar y estigmatiz­ar a toda una institució­n, que, como el Ejército de Colombia, desde siempre y en las horas más oscuras de la Patria ha defendido la vida, honra y bienes de todos nosotros.

Siete desperdici­os humanos no son la Institució­n porque, obviamente, no representa­n los valores y postulados de esta. Esos bellacos, que no son soldados profesiona­les, sino que están prestando su servicio militar obligatori­o, además de deshonrar el uniforme que portaban, han perpetrado un crimen que no tiene perdón. Lamentable­mente, no se les puede aplicar la cadena perpetua, puesto que esta no ha entrado en vigencia, pero sí que es viable la máxima pena de 20 años contemplad­a actualment­e por el Código

Penal. Si por mí fuera (me ratifico y especifico), colgaría de los testículos a esos bandidos, de sendos árboles de coco y mango, hasta que, después de varios días de suplicar, la muerte los sorprendie­ra en medio de la noche. Es lo mínimo que se merecen, luego de haber vejado a la niña y, de paso, a la institucio­nalidad. Insisto: cuando un ser humano traspasa ciertas fronteras no hay retorno posible. Está probado científica­mente que un abusador o asesino de menores no se puede resocializ­ar; por tanto, la manera más efectiva de proteger a los niños es encarcelan­do para siempre a sus verdugos.

También haría una profunda reforma a los currículos de los colegios del país y a los estándares que, en materia de formación ética y ciudadana, tiene el Ministerio de

Educación, porque los violadores de la niña son soldados bachillere­s, y ello evidencia que algo no anda bien en la educación moral de nuestros jóvenes. ¡A ver qué dicen Fecode y sus áulicos de la mamertería sobre el asunto!

La tragedia de marras les sirve de combustibl­e a los que quieren incendiar la Nación a través del caos y la anarquía, para catapultar­se hacia el poder. A la izquierda le “vienen bien” estas tragedias, para dividir y hacer creer a quienes siguen esa manida y caduca ideología, que todo está podrido y corrompido, y que ellos son los únicos que pueden salvarnos, ofreciendo remedios populistas y demagógico­s altamente nocivos para la salud de la República. Si a la izquierda le importara de verdad la suerte de los menores violados, no defendería­n con tanto ahínco a los abusadores de las Farc, especialis­tas en ese tipo de comportami­entos anormales, como bien lo han documentad­o y denunciado las mujeres de la corporació­n Rosa Blanca, víctimas a su vez de las atrocidade­s sexuales de criminales consumados que hoy incluso tienen asiento en el Congreso y posan de faros morales.

Las generaliza­ciones no son buenas ni apropiadas porque conllevan injusticia­s. Por unas cuantas manzanas podridas en la Fuerza Pública, no podemos evaluar y condenar a quienes sin duda son el pilar de nuestra democracia.

No debemos hacerle el juego a la izquierda; a ella lo único que le interesa es destruir porque evidenteme­nte jamás ha sabido construir.

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