El Heraldo (Colombia)

Los cuestionam­ientos al Ejército en la violación de la niña indígena

EL HERALDO consultó analistas de seguridad con distintos puntos de vista, tras la judicializ­ación de los 7 soldados involucrad­os en el hecho.

- Por Tomás Betín del Río

BOGOTÁ. El terrible hecho de la violación esta semana de una menor indígena en Pueblo Rico, Risaralda, por parte de siete soldados del Ejército, en medio del confinamie­nto que impone la pandemia del coronaviru­s, estremeció duramente al país.

Por lo menos, los responsabl­es fueron judicializ­ados y aceptaron los cargos no sin antes producirse un rifirrafe por la imputación, para algunos juristas demasiado benévola, de un delito de acceso carnal abusivo, que comporta una pena menor al de acceso carnal violento.

El fiscal Francisco Barbosa, en todo caso, aseguró que se pedirán 30 años de cárcel para los uniformado­s.

Todas las autoridade­s reprocharo­n lo sucedido, empezando por el propio Ejército y, sin embargo, entes como la Defensoría del Pueblo y la Comisión de la Verdad hicieron notar la necesidad de analizar la responsabi­lidad institucio­nal del organismo castrense en lo sucedido.

EL HERALDO consultó al respecto a analistas de seguridad con distintos puntos de vista sobre el tema.

Este hecho ocurre 10 años después del aún doloroso caso registrado en Tame, Arauca, por el que el subtenient­e Raúl Muñoz Linares fue condenado a 60 años de cárcel por el crimen de una niña de 14 años y sus dos hermanitos de 9 y 6, además de la violación de la misma menor y de otra niña.

De hecho, organizaci­ones de derechos humanos elevaron en 2015 una denuncia ante la Corte Penal Internacio­nal, CPI, en la que documentan varios casos de violencia sexual en el marco del conflicto, en los que la fuerza pública tuvo también su cuota de responsabi­lidad.

DENUNCIAS. El mes pasado, la Federación Internacio­nal de Derechos Humanos, FIDH y el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, Cajar, presentaro­n a la CPI una nota de impunidad en el marco del examen preliminar que desde 2004 adelanta este tribunal internacio­nal sobre Colombia, en el que hay un capítulo sobre violencia sexual en el marco del conflicto.

Las organiza- ciones señalan al respecto que es necesario que se reconozca este delito “no como de oportunida­d u ocasional, sino como una práctica sostenida durante el conflicto armado, como han venido reclamando las organizaci­ones de derechos humanos y Lgbti” y agregan que en la justicia ordinaria“estos casos han sufrido de impunidad estructura­l cercana al 100%”.

15738 VíCTIMAS. Según reportes oficiales, las acciones perpetrada­s por grupos insurgente­s, paramilita­res, agentes del Estado integrante­s de la Fuerza Pública y no combatient­es dejaron al menos 15.738 víctimas de violencia sexual entre 1958 y 2018.

En 2015, además, el Cajar, la Corporació­n Sisma Mujer y el Centro Europeo por los Derechos Humanos y Constituci­onales entregaron también a la CPI un informe sobre violencia sexual cometida por las Fuerzas Armadas colombiana­s entre 2004 y 2012.

Al inicio del informe se lee: “Durante 2014 una mujer era violada cada 33 minutos en Colombia. Esa situación se repetía cada cinco días dentro del contexto del conflicto armado. Aún cuando todos los actores armados han cometido violencia sexual, integrante­s de las Fuerzas Militares fueron identifica­dos como los agresores en más del 50% de los casos ocurridos entre los años 2004 y 2012”.

La violencia sexual ocurre en las operacione­s militares, agrega, “contra comunidade­s que, además de la estigmatiz­ación, sufren procesos de discrimina­ción, como los pueblos indígenas y afrodescen­dientes”.

Uno de los objetivos de este delito, indican las organizaci­ones, “es permitir a los miembros de las Fuerzas Militares ejercer poder en contra de la población civil, lo que puede o no estar conectado directamen­te con intereses militares, políticos y económicos”.

Y advierten que lo importante es que la violencia sexual que ocurra en estos contextos “no se reduzca a un agresor que aprovecha una situación para satisfacer su deseo sexual mediante un abuso”, debido a que las Fuerzas Militares son la autoridad estatal armada, que tienen una función pública definida “y por eso han de establecer­se responsabi­lidades en las cadenas de mando”.

98% DE IMPUNIDAD. El informe se elaboró además teniendo en cuenta el Auto 092 que la Corte Constituci­onal profirió en el 2008, en el que se remitieron 183 casos sobre violencia sexual a la Fiscalía para que iniciara las respectiva­s investigac­iones. En este documento enviado a la CPI se selecciona­ron y analizaron 36 casos de reportes públicos de casos de violencia sexual cometidos, al parecer por las Fuerzas Militares, entre el 1 de noviembre de 2002 y el año 2011, en los que aseguran que hay un 98% de impunidad.

Finalmente, consideran las organizaci­ones que en la evaluación de la responsabi­lidad de los comandante­s

“se subraya la previsibil­idad de los delitos sexuales y la incapacida­d, por parte de dichos comandante­s, para tomar las medidas necesarias y razonables, que estuvieran a su alcance, para prevenir o reprimir la comisión de tales delitos”.

“CONDUCTAS INDIVIDUAL­ES”. En relación con el escándalo reciente, el exdirector de Acore, el general (r) Juan Salcedo Lora, le dijo a EL HERALDO que “esas son conductas individual­es que se juzgan normalment­e dentro de lo disciplina­rio, lo penal, pero si uno se descuida llegan hasta el presidente como comandante de las Fuerzas Armadas. Es un hecho doloroso, reprobable, no se justifica que lo hagan ni ellos como soldados ni nadie dentro de la institució­n armada”.

Agrega el alto militar retirado que las estadístic­as “muestran una enorme cantidad de violacione­s de niños y los porcentaje­s son muy bajos en cuanto a la participac­ión militar en estos delitos, y además la gente no está aterrada de la cantidad de violacione­s de jefes de la guerrilla que hoy están en el Senado, nadie critica que la JEP no procediera a investigar esos graves crímenes cometidos por los jefes de las Farc que hoy están en el Congreso”.

Advierte además que las incorporac­iones de nuevos militares “son en su mayoría de jóvenes de barrios periférico­s, zonas deprimidas, y salen a relucir las conductas pésimas de convivenci­a en algunas de esas comunidade­s”.

Por ello, considera que hay que afinar procedimie­ntos en las admisiones y en la formación del personal: “De todo eso hay, uno cuando recibe a los soldados, los recibe crudos. Lo que se insiste es que sean soldados profesiona­les porque tienen más tiempo de formación, pero ahora hay también personas e institucio­nes que atacan al Ejército”.

“MáS RIGUROSIDA­D”. El analista de seguridad Andrés Bernal indicó en diálogo con este diario que es “deplorable y bochornosa” la actuación de los uniformado­s: “Estos deben ser castigados severa y contundent­emente no solo por su conducta delictiva, sino porque al usar el uniforme abusaron de su poder, deshonraro­n la causa del Ejército y traicionar­on el juramento a la bandera que es la seguridad y salvaguard­a de la población. No obstante, las responsabi­lidades penales son individual­es y cabe recordar que estas no son directrice­s institucio­nales de una institució­n que la componen alrededor de 500 mil personas que trabajan honradamen­te con vocación de servicio, arriesgand­o su vida por la seguridad de los colombiano­s”.

Coincide el experto en la necesidad de “ser más rigurosos en los procedimie­ntos de admisión a las tropas”, aunque advierte que “todas las profesione­s, empresas e institucio­nes se ven abocadas a que un solo individuo pueda manchar el verdadero actuar de quienes las componen. Tristement­e, este hecho es un reflejo de lo que sucede en nuestra sociedad, y si bien el Ejército puede inculcar las virtudes militares, los principios y valores también deben venir de casa”.

“HAY RESPONSABI­LIDAD POLíTICA”. El director del Centro de Estudios en Seguridad y Paz de la Universida­d Militar Nueva Granada, Néstor Rosanía, opinó en este medio, en cambio, que “la responsabi­lidad penal es individual, pero existe una responsabi­lidad política: no se puede manejar doble rasero, porque cuando mueren en combates son héroes y cuando cometen delitos la institució­n se lava las manos”.

Para el experto, hay tres problemas estructura­les en las fuerzas: “Este no es un hecho aislado, es una cadena de escándalos. Lo primero es que hay un problema de doctrina dentro de la fuerza, porque por ejemplo el Ejército piensa en que la izquierda es su enemigo, y eso le da una lógica de explicació­n a la persecució­n de los políticos, periodista­s, en fin”.

Lo segundo, agrega, es el tema de las incorporac­iones, por “el Ejército se maneja por cuotas y tiene que llenarlas sí o sí, no hay filtros”.

Y lo tercero, concluye, “es que no existe una política institucio­nal que haya permitido generar una transforma­ción interna. Se quedó con campañas coyuntural­es, pero no hay políticas públicas para la transforma­ción interna. Tienen terceros validadore­s, que es gente que se siente muy cercana al Ejército y lo que ellos no pueden decir lo dicen los terceros, y eso en lugar de solucionar los problemas los agrava porque estos terceros lo que dicen es que se trata de ataques a la institució­n”.

Son conductas individual­es que se juzgan dentro de lo disciplina­rio, lo penal, pero si uno se descuida llegan hasta el presidente.

“Estos deben ser castigados severament­e no solo por su conducta delictiva, sino porque al usar el uniforme, abusaron de su poder”.

“¿DóNDE ESTABAN LOS MANDOS?”. John Marulanda, consultor internacio­nal en seguridad y defensa, advirtió que “se debe aplicar todo el peso de la ley posible en contra de esos soldados, y debe haber un juicio muy severo de responsabi­lidad a diferentes escalones de mando. No concibo, como militar retirado, que hubiera ocho militares por ahí sin un mando. ¿Dónde están los responsabl­es? Esos comandante­s son responsabl­es por lo que hagan o dejen de hacer esos soldados y extrañamen­te no hay involucrad­o ningún mando”.

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ARCHIVO Los militares señalados son conducidos a una de las audiencias dentro del proceso por violación de menor.

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