2. Debemos ponernos en los zapatos de los demás
Una cosa es pasar una cuarentena de cien días en una casa confortable, con todas las comodidades y con un salario garantizado, y otra muy distinta es tener que padecerla en un rancho o cambuche, al lado de ocho personas, entre adultos mayores y un buen número de menores. Una cosa es pasar la cuarentena en una temperatura agradable y un clima cálido y otra tener que sufrirla a 40 grados a la sombra. Las decisiones que se tomen sobre el coronavirus en el país deben tener en cuenta estas dos realidades. Una persona cuyo único ingreso es la venta del producido del día tiene como prioridad su supervivencia y la de su familia. Esa es su realidad. Ella vive del día a día. Por eso es muy importante que los gobiernos municipales y departamentales les garanticen a esas personas una asistencia alimentaria para que puedan permanecer en sus casas y no salgan a exponer sus vidas y las de sus familiares. Es lo mínimo. ¿Cómo se les puede exigir que cumplan la cuarentena si se están muriendo de hambre? ¿O los mata el coronavirus o los mata el hambre? Punto. El suministro de mercados para esas personas es indispensable. No podemos exigirle “disciplina social” a quienes no solo hemos mantenido siempre excluidos de la sociedad, sino que ahora les exigimos un comportamiento para el que nunca los preparamos.