Uniones, rupturas y nacimientos en la pandemia
Matrimonios que llegan a su fin, otros que inician con la esperanza de un para siempre y nuevas vidas que florecen son algunas situaciones que están viviendo algunos hogares.
El matrimonio de Natalia tuvo su punto final con el confinamiento. Una relación fragmentada, que amenazaba con venirse abajo, terminó de deteriorarse con la convivencia permanente los siete días de la semana.
El trabajo de ambos los absorbía la mayor parte del tiempo. Ella salía muy temprano en la mañana —6:00 a.m. —a llevar a su hijo al colegio y luego se dirigía a sus clases de yoga. Cuando volvía a casa, casi a las 8:00 a.m., él ya se había ido a trabajar.
Regresaba a casa a las 6:00 de la tarde y preparaba la cena y adelantaba el almuerzo del día siguiente. Él volvía alrededor de las 10:00 p.m., después del gimnasio. Cenaban en silencio, a veces sin dirigirse la palabra.
La convivencia era tranquila y monótona. No había gritos, insultos, ni agresiones, pero sí un arma letal para el amor: la indiferencia.
“Sé que tiene una amante. No me importa. Una parte de mí lo detestaba por su incapacidad de hacerme feliz, por su egoísmo, por creer que la mujer debe atender el hogar con todo el esfuerzo que requiere mientras que él ve fútbol, chatea o duerme plácidamente. Si no hay empatía tampoco amor y ahí no hay nada que hacer”.
Natalia agrega que esos problemas estructurales de la pareja fueron haciéndose más graves y “las heridas más profundas”.
“Vivir juntos, dormir en la misma cama, movilizarnos en un apartamento pequeño era un calvario. Yo pensaba en mi hijo y en el amor que tiene por su padre, pero el 28 de mayo mientras cenábamos le dije: ‘me quiero divorciar’. Me respondió: está bien. Parece que lo estaba esperando”.
Natalia ahora está sola en el mismo apartamento que compartía con el padre de su hijo y quien creyó “era el amor de su vida”. La mujer espera que se retome la normalidad para iniciar el trámite legal de divorcio.
Durante el primer trimestre del año se han registrado en el Atlántico 213 divorcios frente a los 1.152 que se presentaron en el mismo periodo del año anterior en el departamento, según cifras de la Superintendencia de Notariado y Registro. El motivo de la disminución, según expertos, podría deberse al confinamiento, medida decretada para mitigar los efectos de la crisis sanitaria ocasionada por el coronavirus en el país.
No obstante, hay quienes vaticinan que la cifra de divorcios se disparará debido a problemas derivados de la convivencia en medio de la emergencia sanitaria como ocurrió en Shanghai y Wuhan, en China. Durante lo meses de cuarentena fueron reportados el doble de divorcios por las autoridades notariales de ese país. Lo mismo se prevé que ocurra en otros países del mundo cuando llegue la “nueva normalidad”.
La psicóloga de parejas Janeth Reyes cree que muchas relaciones podrían colapsar durante la Emergencia Sanitaria porque hay personas que, aunque viven juntas no saben convivir.
“Hay parejas que viven sin hablar, sin comunicarse. La convivencia 24/7 puede generar roces en relaciones muy resquebrajadas que sin comunicación no podrán superar la adversidad, a menos que acudan a terapia”, explica.
Los sinsabores del desamor no son la única cara de las relaciones durante los primeros cien días de confinamiento. En los tres primeros meses del año se han registrado en el departamento 688 matrimonios civiles, una cifra muy por debajo del mismo periodo de 2019 en el que se registraron 3.809.
Por la pandemia muchas parejas decidieron retrasar sus uniones. Laura Sierra, por ejemplo, prefirió correr la fecha de su boda prevista para octubre de este año y posponerla para el mismo mes de 2021.
La historia de Tony Gallo es diferente. Este comunicador social decidió casarse el 5 de junio “contra todo pronóstico”.
EL SELLO DEL AMOR
Daniela Buelvas Ballestas y José Ángel Beleño Alcázar se dieron el sí el 27 de mayo. Debido a las medidas de aislamiento social sus familiares y amigos cercanos no pudieron asistir a la ceremonia, sin embargo, el evento fue transmitido en vivo por la pareja a través de Zoom para que sus seres queridos compartieran con ellos uno de los momentos más importantes de sus vidas.
“Nunca habíamos pensado en una boda grande, quisimos algo muy familiar y pues en realidad lo único que hacía la diferencia era que no podían acompañarnos a la notaría porque solo él y yo teníamos permiso para asistir. Así que decidimos hacer uso de la tecnología y lo transmitimos a los familiares y un grupo de amigos más cercanos a través de Zoom y siento que nuestra boda no tuvo nada que envidiarle a las demás”. Daniela cuenta que “al final de la transmisión hubo entre sus espectadores un brindis y “lágrimas de felicidad”.
“El miedo que tuve por el matrimonio fue normal, el de cualquier persona que se va a casar y que va a cambiar de ambiente, pero miedo por la pandemia no tuve. Lo que me dio un poco de dolor fue dejar a mi familia porque sabía que las oportunidades de verlos serían más reducidas”, agrega.
EL MILAGRO DE LA VIDA.
Leonardo Barrios se convirtió en padre el 15 de mayo en lo que considera una situación muy extraña y atípica.
Durante el nacimiento de su hijo tuvo que separarse de su esposa Maribeth porque debido a las medidas de bioseguridad de la clínica no podía quedarse junto a ella. Aquello le produjo gran incertidumbre al no saber cómo saldría el parto.
“Desde lo psicológico es fuerte” Primero porque quería estar cerca de mi esposa para saber cómo iba el trabajo de parto pero no fue así. Cuando llegamos a la clínica me dijeron: Solo sube ella y ustedes (él y la madre de Mari, como él la llama) deben esperar afuera. Cualquier novedad se comunicarán con usted. Me llené de angustia porque estamos en Colombia, en Barranquilla, donde puede pasar cualquier cosa”.
Leonardo también recuerda que su esposa dejó de salir desde finales de febrero y conforme se acercaba la fecha del parto la familia empezó a extremar las medidas. Él salía solo a hacer diligencias indispensables como hacer mercado, pagar facturas o comprar elementos de primera necesidad.
Después de haber sido presa de la incertidumbre durante horas de espera que se hicieron eternas, Leonardo por fin conoció a Federico. Un pequeñito de 3.300 gramos y 51 centímetros que lo enamoró con solo mirarlo a los ojos. En ese momento supo que todo valió la pena.
Jennifer Acuña Pacheco, de 29 años, llegó con contracciones a la Clínica La Asunción. Los dolores “horribles” parecía que la partirían “en dos”, pero siempre tuvo claro que si no había complicaciones para dar a luz tendría su parto natural.
Jennifer es la hija menor de una numerosa y unida familia que no pudo acompañarla por aquello de prevenir los contagios. Cuando entró a la Sala de Parto ocho mujeres más estaban en proceso, lo que le dio un poco de temor al ser madre por primera vez.
Para Jennifer, el miedo y el dolor pasaron a segundo plano pues en ese momento lo único importante para ella era que todo saliera bien y que Sofía naciera sana.
“Fui una de las primeras en salir porque mi trabajo de parto fue espontáneo y rápido. Yo pedía dar a luz con epidural porque tenía miedo al dolor de parir pero no dio tiempo de que los médicos me pusieran la anestesia. Demoré apenas 30 minutos de 5 cm a 10. Le tenía miedo a pujar, a que una cabeza saliera de mí, pero la bebé salió en 10 minutos. Al día siguiente la veía y no lo podía creer”, cuenta.
Para Jennifer y Tivaldo, su esposo, la vida dio un giro de 180 grados. A esta joven familia nunca se le pasó por la cabeza que se enfrentaría a una pandemia en un momento tan determinante.
A pesar de la incertidumbre y el miedo al futuro Sofía llegó para ellos como un regalo, una lección de esperanza en medio de un mundo trastocado por situaciones adversas. El 23 de abril de 2020 quedó en la memoria de Jennifer no solo por ser el día en que nació su primera hija, sino porque en esa fecha conoció el milagro de la vida… en tiempos de coronavirus.
“Me dijeron: Solo sube ella y ustedes deben esperar afuera. Cualquier novedad se comunican con usted. Me llené de angustia”.