Dolores paralizantes, efectos del virus
El día que Gabriela* ha tenido más temor en estos tiempos fue en la noche del domingo 31 de mayo. Uno de sus hijos, quien ha tenido problemas con asma, respiraba agitadamente, su abdomen se contraía en formas preocupantes y, a pesar de no ser un joven que se queja cuando se siente mal, le dijo a su progenitora que el dolor que sentía en el pecho era tan grave que le costaba exageradamente inhalar aire. Su esposo, positivo para COVID-19 al igual que ella, decidió inmediatamente llevar al menor a una clínica de la ciudad, una acción que rompió el silencio del barrio con el sonido de las llantas del carro patinando por el sector.
“Esa noche me arrodillé a llorar, a clamarle al Señor que sacara a mi familia de todo esto. Me asusté mucho. Mi hijo estuvo hospitalizado 24 horas y luego le hicieron prueba y al igual que mi hija salió negativo”, contó.
Pero a pesar de que sus dos hijos no estaban contagiados, la suerte de Gabriela era distinta y ella sí tuvo que sufrir los embates del nuevo coronavirus, al cual describe como un carrusel. Narra, desde su experiencia, que de un día para otro le nacieron un sinnúmero de dolores, y que durante su proceso el dolor fue tan intenso en las noches, sobre todo en la parte baja de su cuerpo, que no pudo conciliar el sueño. No se hallaba en la cama. No sabía si sus dolores eran óseos o musculares. No encontraba acomodo y, debido a todo lo anterior, rompía a llorar cada tanto por lo sensible que estaba.
“Lo más duro es no poder hacer las cosas por nosotros mismos. Nos quedamos sin dinero en efectivo y teníamos que buscar personas para que nos hicieran el favor en un cajero y pedir a domicilio las cosas. Eso es algo complejo por más afecto que le tengan a uno. Gracias a Dios contamos con una buena EPS que nos tenía controlados”, dijo.
“Es una enfermedad que como no permite que nadie lo consuele o lo atienda, uno termina deprimiéndose. Gracias a Dios entre mi esposo y yo nos hemos podido atender. En la casa tenemos una manera de orar particular y es que lo hacemos guardando la distancia y con tapabocas”, agregó.
El dolor ha sido tan intenso para Gabriela que ha estado muchos días postrada en la cama y, cuando se ha sentido mejor, su cuerpo se ha sentido agotado por las actividades que intenta hacer, un desgaste propio del malestar general y de otros síntomas como la pérdida de olfato, gusto, dolores y fiebre.
“Ahora estamos a la espera de los resultados de la tercera prueba. Estamos emocionados por hacernos valer de nosotros mismos y poder trabajar”, cuenta luego de estar 41 días batallando con la enfermedad.