Una carga muy difícil de sobrellevar
EDITORIAL /
El virus más contagioso es el miedo. Una creciente sensación de angustia, producto de la vulnerabilidad social y económica, ha venido acechando la vida de millones de personas desde el inicio de la pandemia de coronavirus, poniendo en serio riesgo su salud mental. Hoy resulta todo un desafío lidiar, a diario, con las emociones derivadas de un profundo estrés sicológico, como consecuencia del confinamiento, la pérdida de uno o más seres queridos, los problemas de convivencia con familia o vecinos, conflictos de pareja, reducción de ingresos, falta de trabajo o exceso de obligaciones laborales.
La incertidumbre por el futuro está dejando secuelas en las sociedades, incrementando la incidencia de trastornos o agravándolos. Sentirse triste, deprimido, cansado, con el sueño alterado, pocas fuerzas y hasta sin esperanzas es el común denominador presente en la cotidianidad de muchos ciudadanos que, sin ningún distingo, afrontan todo tipo de complejas preocupaciones en este excepcional tiempo de la COVID-19. La ansiedad alcanza, por igual, a quienes se quedan en casa o salen a la calle para trabajar o realizar diligencias indispensables y sienten temor por el contacto con el exterior, desarrollando emociones negativas con inquietantes consecuencias sociales y en su salud mental.
Lejos de desaparecer el coronavirus, que sigue propagándose a gran velocidad a pesar de los enormes esfuerzos por detenerlo, abruma y genera intensos sentimientos, especialmente en los más frágiles. La alta transmisibilidad de la COVID-19 ha impedido que familias se despidan de sus parientes haciendo aún más difícil el siempre doloroso trance del duelo. Sometidas in justamente al escarnio público y hasta el linchamiento social por haber adquirido el virus, muchas personas enfrentan su aislamiento, avergonzadas y temerosas, sintiéndose culpables. Estos señalamientos estigmatizantes no solo las han afectado emocionalmente, sino que han enviado un mensaje equivocado a quienes, siendo conscientes de estar infectados, no lo revelan por miedo y terminan convirtiéndose en propagadores del contagio o en pacientes que buscan atención médica cuando ya es demasiado tarde.
El desempleo, que en Colombia alcanzó en mayo la histórica tasa de 21.4% por cuenta de la pandemia, está teniendo un alcance devastador en la estabilidad emocional de los ciudadanos, advirtió el Dane al analizar este fenómeno. 4 millones 900 mil personas perdieron su trabajo en el quinto mes del año, un dato menor que el de abril gracias a la reactivación gradual de ciertos sectores productivos. Sin embargo, los pronósticos son moderados teniendo en cuenta la ascendente realidad epidemiológica de contagios y fallecidos en distintas regiones del país, entre ellas Barranquilla y el Atlántico, que frena la reapertura de más actividades. Era lo que se esperaba, abrir o cerrar, de acuerdo con el comportamiento del virus. Los ciudadanos, que reciben permanentemente información sobre cómo adherirse a las normas de prevención sanitaria en este momento tan complejo, reclaman más medidas de alivio económico y social porque estiman, y no les falta razón, que la crisis va para largo y ahondará sus dificultades financieras, así como las desigualdades sociales y la pobreza.
La pandemia no debería ser considerada un evento amenazante e inmanejable, indican los expertos pero la propia Organización Mundial de la Salud, OMS, que reconoce un incremento en los episodios de estrés a nivel global, pide a los gobiernos que, además de las estrategias epidemiológicas para contener el virus, actúe ofreciendo apoyo emocional y sicológico a la población que siente cómo su salud mental empieza a deteriorarse. En estos casos, igual que cuando los sintomáticos necesitan atención médica a tiempo para salvar sus vidas, cada persona debe levantar la mano y pedir ayuda.
No hay que esperar sentirse asfixiado para reconocer que se ha llegado al límite. Esta es una situación extrema que lo cambió todo y requiere un manejo excepcional, que se construye a diario. Aunque hoy la prioridad siga siendo frenar contagios y prevenir muertes, y a pesar de que los servicios de salud estén desbordados, deben redoblarse los esfuerzos para fomentar el cuidado mental de personas y familias. Esta carga, para muchos, está resultando muy difícil de sobrellevar y si se quiere alcanzar, alguna vez, un escenario de relativa normalidad, gobiernos, autoridades y entidades de salud deben trabajar, desde ya, en campañas que ayuden a gestionar los efectos emocionales de la pandemia.
Sentirse triste, deprimido, cansado, con el sueño alterado, pocas fuerzas y hasta sin esperanzas es el común denominador presente en la cotidianidad de muchos ciudadanos que, sin ningún distingo, afrontan todo tipo de complejas preocupaciones.