¡Cobardes!
Esta problemática de la violencia contra las mujeres en Colombia, en todas sus manifestaciones y características, tiene que acabarse, ponerle un punto final, sacarle la raíz del ADN que tanto daño nos está haciendo espiritualmente, materialmente, sociológica y psicológicamente. La estupenda columna de Tatiana Dangond del pasado domingo 28 de julio en EL HERALDO es una radiografía exacta, nítida como tremendamente realista de una situación insostenible y de lo que, prontamente, tiene que acometer nuestro sistema preventivo y penal. El tema vergonzante, por decir lo menos, no es comparable con otras naciones latinoamericanas que también contemplan el problema, pero con excepción de México y Brasil, en mucho menor proporción. El tema es alucinante, escala hacia arriba en estadísticas y modalidades. El maltrato, el abuso, la violencia, la esclavitud psicológica y sexual, los golpes, todos ellos pintan una desolador panorama donde el 92% de los casos la fuerza bruta del hombre, física o mental, se impone inclemente ante la debilidad corpórea de mujeres, adolescentes y niños de los dos sexos.
El Estado debe actuar ya, a fondo, en este problemática que se salió de las manos. En tres frentes a nuestro modo de ver las cosas: el preventivo, comenzando por la enseñanza desde los colegios donde se debe inculcar ante todo el respeto por los seres humanos de preferencia por la mujer qué es, ni más ni menos, la referencia sólida de una madre que ya fue o que podrá serlo, y de una hija que ya fue o podrá serlo al futuro. Cada vez que se agrede a una mujer estamos agrediendo a una madre presente o futura, y cada vez que violentamos a un adolescente estamos ejerciendo violencia y tortura psíquica y física contra una hija.
En segundo lugar, el Estado, el Congreso con su poder de expedir leyes, con parlamentarios de la talla de Marta Villalba, aguerrida luchadora en contra de este flagelo inmundo, con las grandes cortes que están encargadas de impedir la impunidad junto a los tribunales y jueces, todos ellos a aplicar la enérgica voluntad de diseñar y aplicar los castigos, porque esta conducta es en esencia la típica conducta que merece el máximo cálculo aplicativo de prisión.
No es posible, en tercer lugar, que estemos tan desprotegidos ante semejante barbaridad. La justicia tiene que actuar. Establecida por pénsum obligatorio en colegios la prevención, despertando el clamor a través del legislativo y ejecutivo como una normatividad efectiva y logrando una acción imponente de la justicia podríamos con el tiempo mitigar este mundo de atrocidades. Casos como una niña Samboní; como las diarias fotografías en los periódicos de parejas amoratadas por sus maridos borrachos, de la violencia de la niña indígena de 13 años por los siete machitos del Ejército que no enlodan la institución, pero sí enlodan hasta los tuétanos a estos seres despreciables, tiene que terminarse. A los abominables bachilleres que violaron a la niña indígena nos provoca con miles de seguidores decirles que no sean tan aborrecibles. ¿Por qué no se vienen enfrentar con nosotros macho a macho para ver si son tan varoniles? Tengan el coraje de verse frente a frente con nosotros los hombres de verdad: cobardes, miserablemente cobardes es lo que son ustedes.