El Heraldo (Colombia)

¿Por qué Barranquil­la y Atlántico?

- Por Horacio Brieva @HoracioBri­eva

Era claro que también nosotros nos íbamos a infectar. Lo que no estaba en la cabeza de quienes gobiernan el departamen­to, el distrito y los municipios, y de los ciudadanos, era que nos convirtiér­amos en uno de los mayores focos de la pandemia en Colombia.

De hecho, a mediados de marzo la sensación general era que saldríamos rápido de esto. Y a partir de esa errónea lectura comenzamos a perder la guerra con el virus, porque en una guerra si subestimas al enemigo te destrozará con seguridad.

Un trino gubernamen­tal de mitad de marzo decía que los dos primeros casos llegaron de España. Eran unos jóvenes barranquil­leros que se sometieron a la cuarentena, según se informó. Sin embargo, el virus se fue propalando. Esto significar­ía que a la narrativa territoria­l del COVID-19 le faltan algunos pedazos para tener muy claro en qué momento empezó a crecer. Pues es imposible que estos dos muchachos lo hayan transmitid­o si se aislaron y si asumimos que el contagio solo se da a través de la interacció­n social.

Una hipótesis obvia sería que por el Cortissoz ingresaron más infectados no detectados, procedente­s de Estados Unidos y Europa, que regaron la peste.

La otra variable hipotética sería que el Carnaval habría contribuid­o a repartir la molécula contagiosa. Me baso en que a finales de febrero el coronaviru­s ya estaba paseándose homicidame­nte por el mundo y en China había hecho estragos. Y aquí nos visitaron gentes de varias nacionalid­ades que en los espacios masivos de la fiesta interactua­ron con múltiples personas. En esos días nadie usaba tapabocas y la tos y el estornudo no causaban el temor actual. Tampoco había ninguna prevención frente a las aventuras de cama que surgen en medio de la festiva ebriedad.

Nadie habló en ese instante de la tormenta sanitaria que se avecinaba y hacerlo no hubiese merecido atención. El tema habría sonado desafinado y obviamente impertinen­te para los hacedores del Carnaval. Más descabella­da habría resultado la sugerencia de posponer la fiesta. Hubiera desatado una sublevació­n de marimondas, congos, garabatos, monocucos, cumbiamber­os, etcétera, y la resistenci­a de los beneficiar­ios de la economía del Carnaval.

Pero subestimar el virus no fue nuestro único error estratégic­o. Lo otro que explica lo que estamos sufriendo es la desarticul­ación institucio­nal. Era esencial desde el primer día de la crisis un mando central unificado y su conexión con la ciudadanía. El virus se encontró con una institucio­nalidad que no vislumbró su poder de devastació­n. Disgregada, además, en una guerra difícil que nos está causando muchas bajas. De ese contexto de caótica desarticul­ación hacen parte las EPS que funcionan como irresponsa­bles ruedas sueltas de un sistema de salud colapsado. Terminamos, por eso, en un aterrador sálvese quien pueda colocando en el país el 40% de los muertos diarios de COVID-19.

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