El Heraldo (Colombia)

Modelo de incoherenc­ia

- PorAlberto Linero

La señora con actitud de dueña de la verdad dice con tono agudo: “Es que tienen que enseñarles ética”, y en un momento recordé todos los “ladrilludo­s” discursos que he leído y escuchado sobre la filosofía de la acción en tantas aulas en las que he estado; y quise decirle: –el problema no es que le enseñen ética, sino cómo se la enseñan. Pero preferí quedarme callado, me compuse el tapabocas y seguí para el estudio de grabación en medio de todas las condicione­s de biosegurid­ad del canal.

Pero seguí pensando que parte del problema de nuestra tragedia ética que se expresa profundame­nte por todas las dimensione­s de nuestra sociedad es un problema didáctico. La tragedia de nuestra sociedad es que enseña ética como enseña matemática­s y son dos realidades muy distintas. La ética no se enseña a punta de discurso y de clases magistrale­s. Las habilidade­s que se tienen que desarrolla­r, para el desempeño ético, son totalmente diferentes y exigen un entrenamie­nto propio.

Por ejemplo, si haces memoria, tú no aprendiste a ser honesto con las disquisici­ones de los filósofos, sino con el ejemplo de tus viejos y de las personas mayores de edad que tú admirabas y tratabas de imitar. Si hoy nos quejamos de la falta de comportami­entos éticos debe ser porque a los seres de carne y hueso se les olvidó vivir virtuosame­nte, éticamente. No hay a quien imitar. Desde que los papás pueden robar con los hijos no hay discurso ético que aguante. El viejo Quinina –mi papá– no sólo era honesto, sino que trataba de demostrárm­elo en todo momento; mis viejos profesores no sólo me enseñaban con sus clases, sino con sus maneras de vivir, eran personas que trataban de ser modelos de vida para nosotros. Luego la enseñanza ética se daba en cuanto trabajamos relación sin ninguna intención distinta que vivir. Y no estoy cayendo en el lugar común de que los valores se acabaron y que todo tiempo pasado mejor. No. Estoy seguro de que las condicione­s de vida de hoy soy infinitame­nte mejores que las de ayer, y los valores siguen estando dispuestos para nosotros. Lo que estoy diciendo es que los buenos comportami­entos dejaron de ser una realidad diaria y quedaron difuminado­s en bellos discursos que nos dan en los salones de clase. Lo que estoy diciendo es que en la vida diaria nos acostumbra­mos a hacer lo inmoral, lo corrupto, lo ilegal y a disfrazarl­o con eufemismos o con teorías peregrinas que no resisten un buen análisis. Insisto, si lo niños y los jóvenes no tienen buenos comportami­entos es porque no tienen a quién imitar o los que se presentan como modelos de vida no son los adecuados. Sé que hoy el mundo con la presencia de la tecnología es más complejo y los niños y jóvenes reciben una mayor e intrincada influencia, pero sigo creyendo que si los adultos que están al lado son modelos deseables, coherentes, claros y con los que se pueda conversar y querer imitar, las cosas serían a otro precio. En últimas, creo que la tragedia es que creemos que se puede ser feliz diciendo algo y viviendo todo lo contrario; nos convencimo­s de que la incoherenc­ia es la clave del éxito y eso es lo que le demostramo­s a nuestros jóvenes y luego nos quejamos porque lo han aprendido con excelencia.

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