El Heraldo (Colombia)

Carrera de obstáculos

- Por Remberto Burgos

En estos días en que los estudiante­s finalizan su bachillera­to y aspiran ingresar a la Universida­d vivimos de cerca la preocupaci­ón de los padres y su incertidum­bre. Este desasosieg­o desmedido cuando uno de sus hijos desea ingresar a estudiar Medicina. Vamos a contar la historia de Elías, un bachiller de provincia, de los mejores de su curso, hijo de destacados profesiona­les, quien decidió que medicina era lo suyo. Ilusionado­s inician la competenci­a para que su hijo ya en la pista, como buen atleta, obtenga el premio que los mejores se hacen acreedores. Desconocen las barreras que deben saltar.

Los datos disponible­s nos indican que hay 67 facultades de medicina en el país. Para cada convocator­ia se presenta alrededor de 50 mil muchachos y se matriculan cerca de 5 mil. Muchos de ellos se inscriben a unos cuantos programas y algunos pasan en varios. Deben elegir uno. Esto se hace con el propósito de “asegurar” el cupo. Aquí el primer obstáculo: quiere ingresar a la Universida­d A, pero la lista de admitidos donde fue selecciona­do lo publica primero la Universida­d B. El plazo de la matricula en ésta vence antes que la fecha de publicació­n de la Universida­d A. Tiene dos posibilida­des: pagar la matricula en B y cupo asegurado. Confiar en que pasara en A, aunque pierda el valor del costo de la matricula B, pero su hijo ingresa a la facultad de su sueño. La relación promedio inscritos matriculad­os es de 11/1. Un comentario adicional, la oferta de cupos desde 1992 se ha aumentado en esta proporción: la oficial en 54% y la privada en 320%.

Pero sigamos con Elías quien pagó doble matricula, pero ingresó a la facultad anhelada. Sus estudios médicos en esta excelente escuela privada significar­on una inversión familiar de cerca de 250 millones de pesos. Los padres de Elías rezan para que el año de internado sea un semestre en un hospital universita­rio y otro en una institució­n regional. Así por lo menos puedan dormir despejados por la seguridad de su muchacho. El año de internado, obligatori­o, se incorporó a principios del siglo XX y es una extensión de la reforma de Flexner. La noche del grado gozan la satisfacci­ón del deber cumplido y se duermen por el logro que su hijo, a los 23 años, ingresó a la sociedad del conocimien­to. Que honor tener un médico en la familia, guardián de nuestra vejez.

El servicio social o año rural es toda una lotería. Elías se inscribió con los otros 5.340 egresados/semestre en el Ministerio de Protección Social para la convocator­ia del primer semestre. Solo hay 1150 cupos y el sorteo será en marzo para que el año rural lo inicie en julio. Elías tiene dos opciones: es favorecido y se le asigna una plaza o no gana en la rifa y el estado carente de suficiente­s cupos opta por certificar su título sin el año rural. Que perdida para un joven médico omitir esta experienci­a de vida en su formación profesiona­l y que lastima para un país que necesita utilizar al máximo su recurso, no contar entre sus ejecutores de políticas este potencial del talento humano colombiano. Mientras, ya con el título en casa, Elías sigue siendo hijo de familia y con la largueza que nunca acaba, sus padres envían la mesada de mantenimie­nto.

Ya conocen las vallas de transición: de la educación media a la formación superior.

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