Cecilia Porras, el centenario de una artista rebelde
El pasado 20 de octubre se cumplieron 100 años del natalicio de la artista cartagenera De familia conservadora, llevó su pintura por ámbitos que fueron negados a las mujeres de su época.
En el autorretrato, en vez de ojos, la mujer tiene dos pozos negros. Ambos agujeros, insondables, destacan en el rostro, de tonos ocres, en medio de un paisaje cálido y desértico. Pintado en 1952, y titulado La blusa roja, este autorretrato de Cecilia Porras puede leerse como un comentario dirigido a su entorno cultural, que, ciego o haciéndose el de la vista gorda, se manifestaba reacio a valorar el aporte artístico de una mujer de su tiempo.
Un hecho muy elocuente en este sentido son los pocos eventos en torno a la celebración de su centenario, cumplido el pasado 20 de octubre. Aparte del homenaje a su obra que se realizará el próximo 6 de noviembre como parte de las conmemoraciones de la independencia de Cartagena organizadas por el Instituto de Patrimonio y Cultura de esa ciudad, no resalta ningún otro acto programado desde el Gobierno o las instituciones públicas. En el año del centenario de grandes artistas como Alejandro Obregón, Edgar Negret, Enrique Grau y Nereo López, Porras figura como una de las más olvidadas.
La obra de la artista cartagenera, desperdigada en colecciones privadas y en algunos recintos públicos, apenas está empezando a rescatarse y estudiarse con mayor profundidad. El problema a su acercamiento ha obedecido en parte a su muerte con 51 años, como consecuencia, según los familiares, de un paro cardíaco, el 22 de diciembre en La Manga, Cartagena. Pero, como dice la historiadora y curadora de arte Isabel Cristina Ramírez, también tiene que ver con que “los relatos de la historia del arte han privilegiado la visibilización del papel de los hombres respecto del de las mujeres”. A Porras “a menudo se le menciona al lado de sus dos amigos y colegas Enrique Grau y Alejandro Obregón, y esto tiende a poner un tono al discurso que matiza su verdadero papel en el arte local como plena interlocutora”.
Sobreponiéndose al olvido y anticipándose al centenario de la artista, Ramírez curó en mayo del 2019 la exposición Fragmentos de modernidad, centrada en Cecilia Porras y con el apoyo del Banco de la República y el Museo de Arte Moderno de Cartagena. En el amplio catálogo, que puede leerse en línea, escribe: “Porras, por ser mujer, nos permite mostrar otro de los aspectos involucrados en los procesos de modernización en el ámbito local: la manera como las mujeres fueron alcanzando nuevos espacios de acción, representación y profesionalización”.
HACIA LA PROFESIONALIZACIÓN
En 1945 se celebró por primera vez en Barranquilla el Salón Anual de Artistas Costeños, que llegaría a siete ediciones. En la primera, celebrada en la Biblioteca Departamental, participó una joven Cecilia Porras con un autorretrato en el que aparece con los ojos abiertos, glaucos, maquillada y peinada, y cabello elaborado de forma realista. Gracias a esta pieza recibió una mención de honor.
Porras se había formado de manera autodidacta, copiando obras del arte occidental, temas religiosos de Bartolomé Murillo y piezas del barroco europeo. Como cuenta Ramírez, se le inculcó el arte pictórico a manera de hobby, como una actividad que las mujeres ejercían ocasionalmente, mientras se preparaban para ser esposas relegadas al ámbito hogareño.
“Provenía de una familia muy conservadora. Su padre, Gabriel Porras Tonconis, era un intelectual conservador muy importante en Cartagena y también en Barranquilla, donde vivieron algunos períodos. Un intelectual típicamente conservador, muy apegado a los valores decimonónicos en todos los términos: artísticos, culturales y sociales”, dice Ramírez.
Porras Tonconis dirigió la revista América Hispánica, en la que circulaban ideas en torno a la defensa de la raza blanca, los valores de la religión católica y el idioma español como principios humanos y de la cultura.
“Es paradójico e interesante que en medio de esta familia tan conservadora surgiera un personaje como Cecilia Porras. Ella empieza a pintar en su casa, encerrada como lo hacían muchas mujeres en su época. Estaba bien visto que las mujeres pintaran, pero encerradas, como una actividad puramente doméstica”.
Tres años después de recibir la mención de honor, Porras viajó a Bogotá e inició estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional. Se relacionó con Grau —quien la retrataría en varias fotografías— y Obregón. En los años siguientes haría exposiciones individuales en Medellín, en el café Metropol de Cartagena y en la Galería El Callejón de Bogotá.
REBELDÍA
Cecilia Porras pertenece a una generación de mujeres artistas que marcaron el arte y la cultura en Colombia por su capacidad de rebelarse frente a imperativos patriarcales, y de crear lenguajes propios a partir de una mirada trasgresora de la tradición. Lucy Tejada (Pereira, 1920), Beatriz Daza (Pamplona, 1927) y antes Débora Arango (Medellín, 1907), son referencias importantes dentro de las que Porras figura como una artista poco convencional, que en los 50’s hizo parte del Grupo de Barranquilla, con La Cueva como tertuliadero y tomadero de escritores, artistas e intelectuales, en su mayoría hombres.
Como explican Adriana Serrano y Daniel Hernández en Cecilia Porras, contra corriente: Análisis del proceso de aproximación a nuevas territorialidades femeninas (Universidad del Rosario), por esos años Barranquilla era “el puerto al que llegaban la literatura, el cine, la pintura”. Y aunque la ciudad no era “tan moderna, tan móvil” como “la forja el imaginario” —pues prevalecían grupos de la élite conservadora cartagenera y de otras regiones del Caribe “con sus discursos de resistencia al cambio”— había otra parte que “a la par de destacar el avance de la ciudad” se burlaba de “los rancios orígenes y abolengos”.
Sólo en el campo artístico, los jóvenes recibían influencias de las últimas tendencias que, por su condición de puerto, arribaban a Barranquilla antes que a Cartagena y Bogotá, desde ciudades como París y Nueva York. Los extranjeros y viajeros traían consigo “las películas, los libros, las tendencias” de esas capitales, así como “los novelistas norteamericanos y sus vanguardias técnicas de escritura, el cine europeo y la pintura contemporánea”.
En ese contexto Porras deja de ser una “niña decente” y “pierde su reputación”. Asiste a burdeles, bares, se emborracha y escandaliza a su medio con su comportamiento. También, como parte del Grupo, pero en menor medida, acuden Marvel Moreno, Meira Delmar y Sonia Osorio. Pero Cecilia “fue una de las primeras mujeres en vestir bikini, usaba la mochila arhuaca en vez de los bolsos propios de las señoritas de su clase, diseñaba trajes y disfraces y los utilizaba en público, incluso en eventos sociales formales”, agregan Serrano y Hernández en su investigación.
Ese mismo carácter marcó su trabajo pictórico y artístico.
El crítico e historiador de arte Álvaro Medina destaca la intensidad en el color que empleaba la autora cartagenera. “Pintó varios cuadros que eran como paisajes geométricos. Muy sutiles, de mucha atmósfera y un colorido encendido en el que el cielo es amarillo, el sol anaranjado, las montañas de otro tipo de anaranjado, los árboles verdes intensos. Se trata de una obra muy conectada con su entorno físico”, dice y menciona cuadros como Taganga (1960) o el Ángel volador (1959).
En sus composiciones, Porras miró a la antigua Cartagena, la Torre del Reloj, las iglesias, las murallas y otras edificaciones emblemáticas. “Es una paisaje libre, un imaginario que construye de diversos apartes de la ciudad, como si fuera un collage. Toma siluetas del Castillo de San Felipe, o un elemento y lo cruza con otros lugares, más o menos reconocibles, y de manera bastante afortunada”.
Pero Porras no sólo fue calidez. Pintó ángeles nocturnos y abstracciones oscuras, como en Flores negras y Cartagena de noche, ambas de alrededor de 1967. En otro cuadro de 211x 556 cm abordó la historia de su ciudad natal a través de personajes de la conquista y de criollos que lucharon por la independencia. La postura política de Porras queda evidenciada al incluirse en esta composición —como señala Ramírez en su catálogo— como parte del grupo republicano que luchó por independizar a la ciudad. Ahí la vemos retratada con un vestido algo andrajoso, y los brazos en alto, delante de un soldado que, sin amedrentarla, le apunta con un arma.
Retratada por Grau en las playas de Cartagena o Puerto Colombia, rodeada de espinas o de flores, vistiendo la ropa que diseñaba o envuelta en su pañoleta blanca —a veces con el semblante de una figura religiosa pintada por ella—, en todos los espacios que ocupó Cecilia Porras nos descubrió a una artista fuera de serie, que no ha sido observada tanto como ella lo hizo con la sociedad de su tiempo.