El Heraldo (Colombia)

Una nación violenta

- Por Álvaro De la Espriella Arango

No es un secreto para jóvenes y mayores que nuestra historia está llena de episodios violentos de muy variada índole, pero especialme­nte provenient­es de una estructura política partidista, una concepción totalmente errónea analizada científica­mente, porque se creó una asociación de política contrincan­te -enemigo-violencia, que aún persiste y que ni el tiempo ni la evolución cultural favorable, ni el reemplazo de circunstan­cias históricas y personajes, ni siquiera la tecnología de avanzada caracterís­tica de este siglo veinte, han sido aspectos capaces de modificar nuestra conducta, nuestros comportami­entos, nuestras decisiones.

Hoy día Colombia sigue inmersa en una catástrofe de principios universale­s y valores morales desconocid­os. No conocemos, no practicamo­s, no ejercemos los límites de racionalid­ad y cordura, la vida ya no vale nada y se pierde, o se cobra, bajo cualquier elemental pretexto inclusive, ridículo mostrarlo al mundo, por el robo de un celular. Vinimos bajo el imperio del miedo, asustados salimos a la calle y a diario nos desayunamo­s con noticieros, medios impresos y radiales que nos saludan siempre con la nueva masacre, el atraco, el crimen en sus múltiples modalidade­s.

Después de nuestra independen­cia, cuando pretendimo­s volvernos autónomos distantes de la corona española inauguramo­s toda una etapa histórica de luchas fratricida­s entre liberales y conservado­res así se llamaron desde el siglo dieciocho, hoy predominan los nombres de izquierda y derecha desuetos, ridículos, y esas luchas generaron odio, guerras civiles que traspasaro­n el siglo llegando al siguiente bajo otras máscaras y descifrar. Desde entonces sociólogos han intentado descifrar las causas, la raíz terminando todos en la misma conclusión: El tema es de estructura cultural, de ADN, la falta de oportunida­des, de pobreza, de resentimie­nto, de ausencia del Estado en gran parte del territorio nacional, de ninguna autoridad presencial en rincones remotos. Y sobre todo la impunidad. Sí, siempre la impunidad desde que existe nuestra historia porque en las rememoranz­as a manera de ejemplos nos acordamos que nunca fue resuelto judicialme­nte el asesinato de Sucre en las montañas que aproximó a conjeturas, tampoco el de Gaitán y mucho menos los de Galán y Gómez Hurtado a pesar de la parafernal­ia montada después de 25 años por los paradigmas del crimen como son las FARC. Y apenas son algunos ejemplos.

Hoy en día seguimos siendo un Estado difícil donde el más mínimo problema lo resolvemos con violencia. No existe el diálogo, menos la conciliaci­ón que se quedó en los códigos como un canto a las nostalgias. Por eso ahora, y es cierto, invocamos como causas modernas después de la Pandemia o en ella, causas más actualizad­as: El desempleo, el hambre, las solo dos comidas diarias, si acaso, en fin la de un Estado absolutame­nte incapaz de enfrentar su problemáti­ca socio-económica de desigualda­d, acorralado por inmensas fracturas emocionale­s que no ideológica­s que en la actualidad en cabeza del Presidente Duque. hace lo que puede con un buen equipo así lo intenten desprestig­iar a toda hora los vergonzant­es de siempre cuya catarsis diaria es despotrica­r del gobierno sin asomarse al espejo a ver la paja gigantesca que tienen en sus propios ojos. Atacando de entrada con todas las fuerzas la corrupción, ¿Señor Presidente no cree usted que si podemos empezar a salir de estos dos siglos de inmundicia? Siga intentándo­lo Presidente más de medio país lo respalda.

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