El Heraldo (Colombia)

Martina y Mateo

- Por Yamid Amat Serna

Martina es silenciosa, cuidadosa y dulce. Amorosa. Camina con cuidado como si todo a su alrededor fuera de cristal. Es respetuosa e íntegra, sus ojos son luz pura, danza con el viento, sus movimiento­s son claros y precisos. Por momentos parece flotar, por momentos es niña y por momentos es diosa, su energía es poderosa y su estela es un susurro de amor despreveni­do, desaprendi­do y seguro.

Mateo tiene un ojo gris y otro negro, a pesar de su corta edad lleva el pelo color ceniza por sectores, tiene la facultad de mirar a través del cuerpo de sus amores, es expresivo y atento. Siempre tiene tiempo, brinda más de lo que recibe, reconoce rápidament­e las buenas intencione­s, es dispuesto y alegre. Lleva su existencia vestida de gratitud y honra su honestidad manifestan­do siempre lo que siente.

Es cierto, la escala de medición de besos se ha alterado. Es un hecho, la escala de medición de abrazos es, probableme­nte, la más baja de nuestra historia reciente.

Son los besos, los abrazos y cualquiera de esas gratas manifestac­iones de contacto entre pieles una relación directa con la alegría y con la felicidad.

¿A dónde van las caricias que no brindamos o las que no recibimos?

La escasez de tacto genera apetito por el mismo y eso afecta nuestro estado emocional. Tocarnos regula nuestro equilibrio.

Diferentes estudios y conceptos neurológic­os advierten que, a través de esta dinámica, la del abrazo y la del beso, entre otras, se encuentra un estímulo comprobado de oxcitocina, mejor conocida como hormona de la felicidad, y a su vez una reducción comprobada en la producción de cortisol, hormona producida por la glándula suprarrena­l como respuesta al estrés.

Pero, bueno, al margen de la validación científica, muy necesaria, aunque a ratos antipática, todos conocemos muy bien lo que se siente y lo que produce la presencia de manifestac­iones de afecto físico. Así mismo, sabemos el resultado de su carencia.

Me he enterado por diferentes fuentes, en hora buena, que en varios países del mundo, como España, Francia y Alemania, la adopción de mascotas se ha incrementa­do, al parecer se ha identifica­do a través de este noble acto la posibilida­d de suturar la herida del vacío de afecto producida por el distanciam­iento. De cualquier manera, esto ha generado la posibilida­d de enaltecer, una vez más, la relación milenaria del hombre con el mundo animal que, valga la pena decir, no es más que necesidad inminente de alimentar la querencia nata hacia la naturaleza y el respeto ancestral hacia la sabiduría de una especie que mantiene vivos valores como la nobleza, la lealtad, la bondad, entre otros, y que ante los ojos de muchos son más propios de los humanos que de ellos, cuando en realidad es evidenteme­nte lo contrario.

¡Martina y Mateo saben a dónde van las caricias perdidas!

Martina y Mateo, gata y perro, ambos sanadores, han recibido y han devuelto a sus hogares los abrazos no dados y los besos extraviado­s, han dado vida a las sonrisas y a las alegrías congeladas, han sido terapeutas, han avivado el amor por la vida, han dejado de presente que podemos repararnos desde lo más básico y lo más simple, han permitido la preciosa oportunida­d de ser el inicio de una nueva salvación: la fuerza curativa de un vínculo emocional sano y sincero.

¿Acaso, necesitamo­s mucho más?

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