Pretenciosa cultura
Polémicas resultaron para algunos sectores las declaraciones del alcalde Pumarejo sobre el estado actual de espacios como el Museo de Arte Moderno y el Parque Cultural del Caribe, cascarones hoy monumentos a la improvisación, secretismo y hasta la desidia con que se manejan, cubiertas por una manta de supuestas buenas intenciones, proyectos sociales bajo alianzas construidas pensando primero en los flashes, los aplausos y los titulares de prensa. El alcalde, recordemos, utilizó el adjetivo “pretencioso” para referirse a la preocupación que genera lo comentado sobre dichos espacios; misma que se suma al prolongado cierre del Amira y las enormes dificultades por las que pasan otras entidades que intentan sobrevivir en la muy limitada industria cultural local.
Yendo por partes, esta administración hereda con lo del Parque y el Museo un problema de años atrás. La falta de claridad sobre las responsabilidades compartidas entre públicos y privados relacionadas con el manejo de dichos proyectos no es de ahora, pero eso no exime al burgomaestre local de asumir lo que le corresponde, o por lo menos informarse mejor sobre la participación de la Alcaldía en las juntas directivas de los citados proyectos. Si la vía para destrabar el statu quo actual pasa porque los privados le entreguen a la Alcaldía la titularidad de los terrenos e inmuebles, pues que sea. De hecho, sería lo mejor. Así sabremos a quién exigirle sin excusas.
Ahora bien, esto no quiere decir que la preocupación sea “pretenciosa”. Para nadie es un secreto que la ciudad carece de infraestructura cultural. La poca que hay o no es suficiente o no ofrece los mínimos de tecnología, aforo y posibilidades para permitir que en Barranquilla se pueda hablar de una industria cultural con agenda, indicadores, capacidad de inversión y posibilidad de retorno de la misma. Y no caigamos ahora en el viejo lugar común de creer que esta preocupación se basa en considerar sinónimos la cultura y las bellas artes, o en restarles importancia a las manifestaciones culturales basadas en la tradición de los pueblos. Al contrario. La construcción de memoria colectiva, tejido social y apropiación ciudadana debe abarcar todas las aristas de los modos de vida de esa misma sociedad. De hecho, así está definida la cultura en nuestro marco regulatorio.
Aquí todo suma y todo importa. Tan fundamental es la Fábrica de Cultura (proyecto realmente maravilloso) y la Escuela Distrital de Artes como que la ciudad pueda contar con buenos teatros, museos, galerías y espacios similares. Y por supuesto, nada de esto sirve si no hay artistas y si no hay público; y de ambos, seguro estoy y testigo he sido, tenemos.
Envidia de la buena produce leer en un medio nacional este fin de semana que Bogotá inicia formalmente la reactivación del sector cultural; ese que en 2019 generó billones de pesos y cientos de miles de empleos entre directos e indirectos.
Así suene pretencioso, a algo similar debemos apuntar.