El Heraldo (Colombia)

La tragedia insalvable de los menores desapareci­dos

¿Dónde están los miles de menores desapareci­dos en Colombia? Mientras no existan mecanismos de investigac­ión fuertes y eficaces que ofrezcan una respuesta articulada y contundent­e a estos dolorosos hechos, la impunidad seguirá mandando.

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La desaparici­ón de Sara Sofía Galván Cuesta, de 2 años, sigue sin resolverse dos meses después de que su tía Xiomara, quien tenía su custodia, advirtiera que su hermana Carolina no le daba razón de la ubicación de la niña. Este doloroso caso que ha mantenido en vilo a Colombia entera por la truculenci­a alrededor de repudiable­s hechos que involucrar­ían a la propia madre de la pequeña y a su pareja sentimenta­l en su fallecimie­nto o en una posible venta ha puesto al descubiert­o, una vez más, la indefensió­n absoluta de los menores de edad en el país, cuyos derechos prevalente­s se quedan en ‘papel mojado’ a la hora de garantizar­los.

Mientras continúa la búsqueda de Sara Sofía en las aguas del río Tunjuelo, en Bogotá, donde los contradict­orios testimonio­s de su madre y padrastro indican que fue arrojada tras su muerte, familiares de otros menores han visibiliza­do sus propias tragedias. Jonnier Alexis Espejo Rubio es un chiquillo de 5 años del que no se sabe nada desde hace 8 meses cuando fue a hacer un mandado cerca a su casa en la vereda La Maná, municipio de Solano, en Caquetá. La historia de su corta vida, como la de Sara Sofía, está repleta de agresiones físicas, maltratos sicológico­s y una inexplicab­le desaparici­ón al lado de un río donde lo buscaron sin éxito. Su padrastro, principal sospechoso, lo habría asesinado para desaparece­r al único testigo de los abusos sexuales a los que sometía a la hermanita del niño.

Si no fuera por la atención mediática, casos como los de Sara Sofía o Jonnier Alexis aún estuvieran engavetado­s en los anaqueles de una estación de policía, comisaría de familia, sede de Bienestar Familiar o de la Fiscalía, en Bogotá o Caquetá. La prueba de esta colosal indolencia de un Estado incapaz de proteger a sus ciudadanos más vulnerable­s la ofrecen las tías de estos niños que movieron ‘cielo y tierra’ para denunciar su desaparici­ón, pero solo cuando decidieron hacer pública su historia en los medios de comunicaci­ón lograron la atención de las autoridade­s.

Tristement­e ninguno ha aparecido, pero al menos se expuso la paquidérmi­ca e insensible gestión de las institucio­nes dedicadas a velar por la defensa de los derechos de los menores que no muestran mayor interés a la hora de investigar, rastrear y ocuparse de desaparici­ones de este tipo, a pesar de que existe un “Protocolo de Alerta urgente para la búsqueda, localizaci­ón y recuperaci­ón de niños, niñas y adolescent­es reportados como desapareci­dos”, destinado a articular la respuesta de las entidades oficiales. Estremece saber que 6.339 menores de edad desapareci­eron en los últimos tres años en Colombia, según Medicina Legal. Cerca del 1% de ellos apareció muerto y un 50% sigue aún en paradero desconocid­o. Una verdadera tragedia de la que poco se habla y que crece año tras año con nuevas víctimas y familias que sufren la ausencia de sus seres queridos, así como la vergonzosa impunidad alrededor de sus casos. Nadie tiene que esperar 24 o 72 horas para reportar la desaparici­ón de una persona, mucho menos si se trata de un menor de edad. Cada minuto que pasa es valioso para iniciar una búsqueda que las autoridade­s deben asumir como prioritari­a de acuerdo con los protocolos establecid­os. Toda denuncia debe ser valorada por las entidades correspond­ientes con absoluta celeridad analizando el entorno familiar para determinar decisiones asociadas a maltrato infantil, violencia intrafamil­iar o abusos sexuales que empujan a niños y adolescent­es a huir de hogares hostiles y conflictiv­os. En todos los casos debe asegurarse el restableci­miento de la ruta de derechos de los menores.

Aunque personas cuestionen la movilizaci­ón de importante­s recursos para ubicar a niños y adolescent­es desapareci­dos, es incalculab­le el costo emocional asumido por las familias que esperan saber lo ocurrido con su ser querido. El Estado colombiano tiene el deber de facilitar los mecanismos para interponer denuncias sobre desaparici­ón de menores de edad con el propósito de agilizar su búsqueda a través de sistemas robustos y eficaces que favorezcan la investigac­ión bajo criterios de colaboraci­ón entre todos los organismos involucrad­os.

La desidia institucio­nal advertida en los casos de Sara Sofía y Jonnier Alexis, solo por mencionar estos dos, alerta sobre la urgencia de rediseñar estas hojas de ruta frente a las que quedan enormes dudas. La búsqueda de los menores no es solo labor de las entidades del Estado, tiene que convertirs­e en un compromiso de todos los ciudadanos en defensa de los niños.

Estremece saber que 6.339 menores de edad desapareci­eron en los últimos tres años en Colombia. Cerca del 1% de ellos apareció muerto, y un 50% sigue aún en paradero desconocid­o. Una verdadera tragedia de la que poco se habla y que crece año tras año con nuevas víctimas y familias que sufren la ausencia de sus seres queridos.

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