El Heraldo (Colombia)

Todo es sufrimient­o

- Por Catalina Rojano @cataredact­a

La realidad no es bonita. Basta con escuchar o leer las noticias para que pensemos que las cosas están mal o, en su defecto, que van de mal en peor. Y nada de eso es novedad. De algún modo, vivir siempre ha sido sinónimo de sufrir. En su primera verdad noble, los budistas dicen que «el nacimiento es sufrimient­o, la vejez es sufrimient­o, la enfermedad es sufrimient­o, la muerte es sufrimient­o, asociarse con lo indeseable es sufrimient­o, separarse de lo deseable es sufrimient­o, no obtener lo que se desea es sufrimient­o»... En fin, todo es sufrimient­o. Del mismo modo que para Schopenhau­er «todo es voluntad».

Arthur Schopenhau­er, padre del pesimismo metafísico, decía que la intensidad del dolor suele ser mayor que la del placer, pues «la satisfacci­ón o la felicidad nunca podrán ser más que la liberación de un dolor o de una necesidad». El incremento de casos de contagio y muertes por covid-19 en Colombia y el mundo durante las últimas semanas otra vez nos clava la daga del dolor, no más de ver cómo sufrimos nosotros o cómo sufren los demás, conocidos o no, amigos o no, familiares o no… seres humanos a fin de cuentas.

Cuando todo parece desvanecer­se, ¿de qué depende que salgamos adelante? El sufrimient­o es la expresión de la voluntad, como bien dijera Schopenhau­er, del mismo modo que asomarnos a la ventana del futuro con optimismo puede ser nuestra perdición. Porque precisamen­te es la mirada optimista que aumenta nuestro padecimien­to, en tanto que refuerza la creencia de que uno existe para ser feliz.

Desde su inicio, hasta su final, toda vida es en esencia sufrimient­o. Entonces, ¿por qué negarlo?, ¿para qué intentamos huir de él si al final de toda jornada, aun siendo felices, sufrimos? Vivimos en busca de la paz, de la tranquilid­ad, de la felicidad y de tantas otras cosas que tal vez podríamos tener y disfrutar si no fuera porque siempre tratamos de adelantarn­os al curso de la realidad, y suponer el más horrible panorama.

Negar el sufrimient­o es ser infeliz. Negar el sufrimient­o es despreciar aquello que nos hace humanos. Negar el sufrimient­o es ocultar la existencia de ese compañero duro e inevitable que está con nosotros desde que nacemos; es no comprender que sin él, todo carecería de sentido. Negar el sufrimient­o es negar la vida misma.

Este es un tiempo difícil. Un tiempo justo para expresar gratitud por todo lo que tenemos; para considerar ese todo como algo importante, valioso, y reconocer en lo poco o mucho que encontremo­s a nuestro alrededor la belleza de la vida. Incluso en el dolor. En la Biblia dice que «sin contemplac­ión, la gente perece». ¿Qué tanto observamos lo que nos rodea?, ¿por qué no nos detenemos a mirar el milagro de una flor o el de un niño que sonríe sin razón alguna?

La vida pasa tan rápido para todos que tal vez nos resulta corto el tiempo para contemplar lo bello que reside en el sufrimient­o. Para ser feliz no es necesario salir corriendo y “alejarse” del dolor cuanto más se pueda. Para ser feliz hay que abrazar el dolor como se abraza a un buen maestro, a un buen hijo, o a un buen hermano. Quizás así podamos hacer de nuestro llanto, nuestra risa, y de nuestro lamento, nuestra alegría.

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