Todo es sufrimiento
La realidad no es bonita. Basta con escuchar o leer las noticias para que pensemos que las cosas están mal o, en su defecto, que van de mal en peor. Y nada de eso es novedad. De algún modo, vivir siempre ha sido sinónimo de sufrir. En su primera verdad noble, los budistas dicen que «el nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, asociarse con lo indeseable es sufrimiento, separarse de lo deseable es sufrimiento, no obtener lo que se desea es sufrimiento»... En fin, todo es sufrimiento. Del mismo modo que para Schopenhauer «todo es voluntad».
Arthur Schopenhauer, padre del pesimismo metafísico, decía que la intensidad del dolor suele ser mayor que la del placer, pues «la satisfacción o la felicidad nunca podrán ser más que la liberación de un dolor o de una necesidad». El incremento de casos de contagio y muertes por covid-19 en Colombia y el mundo durante las últimas semanas otra vez nos clava la daga del dolor, no más de ver cómo sufrimos nosotros o cómo sufren los demás, conocidos o no, amigos o no, familiares o no… seres humanos a fin de cuentas.
Cuando todo parece desvanecerse, ¿de qué depende que salgamos adelante? El sufrimiento es la expresión de la voluntad, como bien dijera Schopenhauer, del mismo modo que asomarnos a la ventana del futuro con optimismo puede ser nuestra perdición. Porque precisamente es la mirada optimista que aumenta nuestro padecimiento, en tanto que refuerza la creencia de que uno existe para ser feliz.
Desde su inicio, hasta su final, toda vida es en esencia sufrimiento. Entonces, ¿por qué negarlo?, ¿para qué intentamos huir de él si al final de toda jornada, aun siendo felices, sufrimos? Vivimos en busca de la paz, de la tranquilidad, de la felicidad y de tantas otras cosas que tal vez podríamos tener y disfrutar si no fuera porque siempre tratamos de adelantarnos al curso de la realidad, y suponer el más horrible panorama.
Negar el sufrimiento es ser infeliz. Negar el sufrimiento es despreciar aquello que nos hace humanos. Negar el sufrimiento es ocultar la existencia de ese compañero duro e inevitable que está con nosotros desde que nacemos; es no comprender que sin él, todo carecería de sentido. Negar el sufrimiento es negar la vida misma.
Este es un tiempo difícil. Un tiempo justo para expresar gratitud por todo lo que tenemos; para considerar ese todo como algo importante, valioso, y reconocer en lo poco o mucho que encontremos a nuestro alrededor la belleza de la vida. Incluso en el dolor. En la Biblia dice que «sin contemplación, la gente perece». ¿Qué tanto observamos lo que nos rodea?, ¿por qué no nos detenemos a mirar el milagro de una flor o el de un niño que sonríe sin razón alguna?
La vida pasa tan rápido para todos que tal vez nos resulta corto el tiempo para contemplar lo bello que reside en el sufrimiento. Para ser feliz no es necesario salir corriendo y “alejarse” del dolor cuanto más se pueda. Para ser feliz hay que abrazar el dolor como se abraza a un buen maestro, a un buen hijo, o a un buen hermano. Quizás así podamos hacer de nuestro llanto, nuestra risa, y de nuestro lamento, nuestra alegría.