Inútiles sociales
He leído más de diez de sus muchas obras enciclopédicas. Siempre me pareció que hablaba de teología con la profundidad y la sencillez de los que de verdad han entendido –los que no entienden siempre usan un lenguaje críptico, que enreda, distrae y no dice nada-. Sus tesis eran agudas, críticas y fundadas en una lúcida lectura del evangelio. Entendió que ser católico y cristiano no significa aceptar y quedarse callado ante lo que se propone, sino ser capaz de contrastar, interpretar y leer, desde las teologías neotestamentarias, nuestra situación, para proponer iluminarla con la fe.
Me refiero a Hans Küng, teólogo suizo que murió el pasado martes. Tres reflexiones me generan su vida de teólogo, sacerdote y católico. 1. La capacidad de diálogo con el mundo contemporáneo. No podemos pretender que la institución religiosa sea un museo de conservación de argumentos de un mundo antiguo, sino que tiene que ser un referente de sentido, para la vida de tantas personas agobiadas por las preguntas existenciales más agudas. La fe tiene que iluminar a los hombres y mujeres de hoy. No a los que ya no existen. Y para ello tiene que enfrentar las nuevas dinámicas con apertura y humildad, para responderle con inteligencia y fe. Si seguimos queriendo responder a las preguntas del mundo de hoy con la prepotencia del que lo sabe todo y cree que las respuestas del pasado son las únicas válidas, vamos a terminar siendo inútiles para la sociedad. 2. Su fidelidad a la comunidad eclesial. Fue suspendido como profesor de teología católica en 1.979 por la congregación para la fe, presidida por su compañero teólogo en tiempos del Concilio Vaticano II, Joseph Ratzinger, pero, sin embargo, se mantuvo fiel en su ser católico. Lo reconoció así el cardenal Walter Kasper, su antiguo asistente en la cátedra de Tubinga: «Küng fue un crítico duro, a veces incluso injusto, pero siempre fue un hombre de la Iglesia, y en la Iglesia. Nunca pensó en dejarla, su intención era hacer lo mejor para la Iglesia, desde dentro. Siempre se sintió cristiano y católico». Los de fe tenemos que entender que la comunión no es uniformidad, que la unidad no es cercenar la diferencia. 3. La necesidad de una ética mundial. En sus más recientes postulados propuso un proyecto de ética mundial, insistiendo en que solo habría supervivencia con un acuerdo ético universal, para lo cual era necesario superar el fanatismo y establecer una paz religiosa desde un diálogo abierto y respetuoso entre religiones. Escribió tres libros sobre los fundamentos del judaísmo, el cristianismo y el islamismo, mostrando cómo el esquema medieval es el que ha generado tantos enfrentamientos.
Me suena sugestivo y pertinente que la experiencia religiosa no sea fuente de guerras y discriminación, sino una oportunidad de entendernos como humanos y, desde nuestras diferencias, poder ser solidarios y convivir. La mentalidad de inquisidores se ha apoderado de la vida religiosa haciendo que el otro, el diferente, sea siempre uno a convertir, a “normalizar”, a hacerlo igual a nosotros, a que crea lo que creemos y si no eliminarlo, marginarlo de nuestra vida. Por el contrario, yo creo que a lo que me invita el cristianismo es a amarlo. Sin amar toda la religión termina siendo una serie de actos mágicos, un código moral anacrónico y una vaina muy aburrida; y nosotros los creyentes inútiles sociales.