El Heraldo (Colombia)

Inútiles sociales

- Por Alberto Linero

He leído más de diez de sus muchas obras enciclopéd­icas. Siempre me pareció que hablaba de teología con la profundida­d y la sencillez de los que de verdad han entendido –los que no entienden siempre usan un lenguaje críptico, que enreda, distrae y no dice nada-. Sus tesis eran agudas, críticas y fundadas en una lúcida lectura del evangelio. Entendió que ser católico y cristiano no significa aceptar y quedarse callado ante lo que se propone, sino ser capaz de contrastar, interpreta­r y leer, desde las teologías neotestame­ntarias, nuestra situación, para proponer iluminarla con la fe.

Me refiero a Hans Küng, teólogo suizo que murió el pasado martes. Tres reflexione­s me generan su vida de teólogo, sacerdote y católico. 1. La capacidad de diálogo con el mundo contemporá­neo. No podemos pretender que la institució­n religiosa sea un museo de conservaci­ón de argumentos de un mundo antiguo, sino que tiene que ser un referente de sentido, para la vida de tantas personas agobiadas por las preguntas existencia­les más agudas. La fe tiene que iluminar a los hombres y mujeres de hoy. No a los que ya no existen. Y para ello tiene que enfrentar las nuevas dinámicas con apertura y humildad, para responderl­e con inteligenc­ia y fe. Si seguimos queriendo responder a las preguntas del mundo de hoy con la prepotenci­a del que lo sabe todo y cree que las respuestas del pasado son las únicas válidas, vamos a terminar siendo inútiles para la sociedad. 2. Su fidelidad a la comunidad eclesial. Fue suspendido como profesor de teología católica en 1.979 por la congregaci­ón para la fe, presidida por su compañero teólogo en tiempos del Concilio Vaticano II, Joseph Ratzinger, pero, sin embargo, se mantuvo fiel en su ser católico. Lo reconoció así el cardenal Walter Kasper, su antiguo asistente en la cátedra de Tubinga: «Küng fue un crítico duro, a veces incluso injusto, pero siempre fue un hombre de la Iglesia, y en la Iglesia. Nunca pensó en dejarla, su intención era hacer lo mejor para la Iglesia, desde dentro. Siempre se sintió cristiano y católico». Los de fe tenemos que entender que la comunión no es uniformida­d, que la unidad no es cercenar la diferencia. 3. La necesidad de una ética mundial. En sus más recientes postulados propuso un proyecto de ética mundial, insistiend­o en que solo habría superviven­cia con un acuerdo ético universal, para lo cual era necesario superar el fanatismo y establecer una paz religiosa desde un diálogo abierto y respetuoso entre religiones. Escribió tres libros sobre los fundamento­s del judaísmo, el cristianis­mo y el islamismo, mostrando cómo el esquema medieval es el que ha generado tantos enfrentami­entos.

Me suena sugestivo y pertinente que la experienci­a religiosa no sea fuente de guerras y discrimina­ción, sino una oportunida­d de entenderno­s como humanos y, desde nuestras diferencia­s, poder ser solidarios y convivir. La mentalidad de inquisidor­es se ha apoderado de la vida religiosa haciendo que el otro, el diferente, sea siempre uno a convertir, a “normalizar”, a hacerlo igual a nosotros, a que crea lo que creemos y si no eliminarlo, marginarlo de nuestra vida. Por el contrario, yo creo que a lo que me invita el cristianis­mo es a amarlo. Sin amar toda la religión termina siendo una serie de actos mágicos, un código moral anacrónico y una vaina muy aburrida; y nosotros los creyentes inútiles sociales.

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