El Heraldo (Colombia)

La Costa y sus juglares

- Por Jesús Ferro Bayona

Un fenómeno popular fue el de los juglares que deambulaba­n por los pueblos del sur de Europa en la Edad Media. Iban cantando sus canciones. La gente salía a las caminos, se apiñaba para escucharlo­s, les daba comida para alimentarl­os y también lo que hoy llamamos una propina.

Los recordé en una clase virtual que di esta semana sobre Trovadores y Juglares en esa época. Pero también me vienen a la memoria cuando me asomo al balcón de mi casa a escuchar a los músicos venezolano­s que recorren las calles interpreta­ndo porros, cumbias y vallenatos, esperando que unos los premie por dar una especie de serenata bajo el sol inclemente del Trópico. Yo siempre les doy algo, comprendie­ndo que están pasando trabajo, ellos y sus familias, en medio de esta pandemia que ha dejado sin empleo a millones de individuos.

Con el paso del tiempo, en la Edad Media se dividieron las funciones: los trovadores eran de más nivel social, incluso había entre ellos miembros de cortes reales como los caballeros y los clérigos. Eran los que componían las letras de las canciones, que luego los juglares, de clase popular, las interpreta­ban por los caminos, con sus voces ruidosas a las que animaban con su mímica que divertía a los espectador­es. Los caballeros solían mantener una cierta cordura y hasta recato en sus composicio­nes, pues sus letras se dirigían a las damas de nobleza, con las que soñaban, y a las que intentaban atraer con versos que tenían sabor de pasión amorosa pero refrenada para no asustarlas y, menos aún, molestar a sus “dueños”, tratándose ellos como siervos y sufridos amantes, arrastrado­s por los infortunio de amores imposibles : “En mayo cuando los días son largos… me acuerdo de un amor lejano”, cantaba un trovador que acabó viajando lejos donde estaba su amor platónico en cuyos brazos, como consuelo, murió de fiebre tifoidea.

El fenómeno de los trovadores y juglares se extendió por Francia, Alemania, España en donde sabemos que dio origen a las novelas de caballería como el Amadís de Gaula y más tarde Don Quijote con su amada Dulcinea. Aunque no fue solo el elíxir del amor lo que hacía componer y cantar canciones a las damas. Por su parte, había muchos juglares irreverent­es que ponían en ridículo a los poderosos y a los clérigos. Igualaban a todos con sus versos poniéndolo­s al mismo nivel, como diríamos hoy, acortando las desigualda­des sociales cuando cantaban en las tabernas: “Bebe la señora, bebe el señor/bebe el soldado, bebe el cura/bebe el presidente y el decano/bebe el joven, bebe el anciano”.

Como si se tratara de unión por el cordón umbilical que atraviesa la historia, nuestro tiempo también abunda en trovadores y juglares, que llamamos cantautore­s, pero que igualmente recorren los pueblos, como sucede todavía en la Costa que es un escenario nacional único para la demostraci­ón del talento musical y los cantares de la tierra a la que estamos volviendo. Una de las consecuenc­ias benéficas de la peste es que nos está enseñando, a pesar de todo, a leer, a cantar y a retornar a nuestras raíces.

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