El paso necesario
Estas humildes líneas se están intentando escribir un par de días antes de su publicación. A esta hora Cali está, literalmente, bajo fuego. El señor Duque, que se ha reunido con todos y a la vez con nadie, anuncia primero en alocución oficial que no viajará al Valle porque no quiere “distraer a la fuerza pública”, pero luego se aparece a media noche a dar su apoyo personal a los que no quería distraer. Los ataques de la “gente de bien” contra la Minga siguen, se cuentan por centenares los que salieron a marchar y no han vuelto, la Canciller Blum se fue (¿estuvo alguna vez?), y en muchas ciudades importantes del mundo los colombianos se hacen sentir con sus mensajes de apoyo a los marchantes y de rechazo a la sordera del régimen. Volviendo a lo de Cali, a las órdenes que por Twitter entrega el capataz de la finca contesta el ministro Molano con fotos del despliegue del Esmad. Una “bomba” ese ministro. Ya ni disimular les interesa. Todos sabemos quién manda y donde está.
Antes de pretender pronosticar cómo terminará esto, tratemos primero de entender que la protesta social no aparece de la noche a la mañana motivada solamente por la fallida reforma tributaria que proponía el impresentable exministro Carrasquilla, hoy flamante postulado por Colombia para presidir el Banco de Desarrollo de América Latina. Recordemos que en noviembre de 2019 ya se había presentado un primer estallido, igualmente reprimido a balazos y del que salieron unos acuerdos que se incumplieron o cumplieron a medias. Lo de la reforma de ahora fue el último latigazo que toleró la espalda magullada de una población que lleva un año encerrada y empobrecida mientras padece las incoherencias de un gobierno frágil, entregado a los desvaríos guerreristas de quien no entiende que su tiempo ya pasó, que el miedo se nos fue, y que la pluma terminará por imponerse a su plomo.
A falta del dictamen final que la historia hará cuando pase el tiempo necesario, el que vivimos parece haber hecho los deméritos suficientes para ser recordado como el peor gobierno que varias generaciones recuerden. De todos modos, y sin que suene a defensa de lo que es claramente indefendible, a todos los predecesores les cabe su cuota de responsabilidad. Sumemos un legislativo leguleyo, coimero y anquilosado; unos mandatos locales y regionales marcados por el gamonalismo, la compra de votos y el tráfico de influencias; y una franca desconfianza en la justicia y los organismos de control por la incestuosa relación que tienen con el poder. Y ya que hablamos de poder, el que supuestamente tenía la prensa también sucumbió en buena medida a las mieles de compartir manteles y aplausos con los gobernantes antes de preocuparse por servir a los gobernados. Con todo esto en el contexto, lo raro es que antes no hubiera pasado lo que ahora pasa.
Sugeriría guardar energías y memoria para votar bien en las próximas elecciones. Lo que se exige en las calles debe validarse en las urnas. Ese paso es necesario.