Demasiado odio
Las imágenes que atiborran las redes acerca de la situación social en Colombia han tenido tal impacto y repercusiones que somos noticia mundial por lo delicado del asunto, somos una bomba de tiempo, parecen los inicios de una guerra civil, la población está armada y hay fuego cruzado de diversos orígenes en las calles; hay muertos, heridos, desaparecidos, abusos por todas partes. Esas acciones tienen un común denominador que es una constante en todos los discursos, independiente de la ideología de cada quien, es el odio.
El odio es un sentimiento profundo, intenso y duradero de aversión, repulsión, repugnancia, ira y hostilidad, que provoca el rechazo de una persona, grupo de personas o situación, y que lleva al deseo de producirle o desearle daño o desgracia.
La crisis actual por la que atraviesa el país ha agudizado los enfrentamientos políticos, sociales, culturales, étnicos, religiosos e ideológicos, que hacen parte de una estructura de sentimientos a nivel nacional, y nos han convertido en personas que convivimos con unas emociones básicas equivalentes a síntomas individuales y colectivos: ira, enojo, rencor, violencia en acto y odio, que aparecen en escena a través de los excesos que van desde la violencia sistémica estatal facilitada por la corrupción, hasta el acto individual de atacar personas o la estructura material. Ninguna de estas acciones sintomáticas es accidental, todas poseen un móvil, un sentido y una intención. En cada uno de nosotros están esos “excesos”.
Nuestra crisis social crónica, independiente de la pandemia, ha desnudado nuestros miedos y odios que expresamos de muchas maneras, en especial, en ese enorme pizarrón que son los medios de comunicación en los que vomitamos todo lo que sentimos visceralmente y que nos lleva a lanzar expresiones cargadas de veneno contra el otro, a quien queremos eliminar porque es el motivo de nuestra infelicidad. El odio al otro es el único sentimiento nacional en el que estamos de acuerdo.
El odio no es justificable desde el punto de vista racional porque no permite la posibilidad del diálogo ni la creación de consensos. Es capaz de provocar cambios en la actividad cerebral, como ha sido demostrado por resonancias magnéticas funcionales en personas que son escaneadas mientras observan fotos de personas o situaciones que odian, en las que aparece un patrón de actividad neuronal característico cuando se experiencia el sentimiento de odio.
De tal manera que, no puede esperarse un mínimo acercamiento para el diálogo en esta sociedad nuestra en conflicto mientras no nos sanemos de ese odio que tiene una etiología múltiple económica, social, política, jurídica, religiosa, cultural, y una gravosa sensación de injusticia social que nos tiene al borde del metaconflicto, la guerra civil.
La curación de ese sentimiento nacional patológico es un asunto de todos, no de un mesías.