El Heraldo (Colombia)

Demasiado odio

- Por Haroldo Martínez haroldomar­tinez@hotmail.com

Las imágenes que atiborran las redes acerca de la situación social en Colombia han tenido tal impacto y repercusio­nes que somos noticia mundial por lo delicado del asunto, somos una bomba de tiempo, parecen los inicios de una guerra civil, la población está armada y hay fuego cruzado de diversos orígenes en las calles; hay muertos, heridos, desapareci­dos, abusos por todas partes. Esas acciones tienen un común denominado­r que es una constante en todos los discursos, independie­nte de la ideología de cada quien, es el odio.

El odio es un sentimient­o profundo, intenso y duradero de aversión, repulsión, repugnanci­a, ira y hostilidad, que provoca el rechazo de una persona, grupo de personas o situación, y que lleva al deseo de producirle o desearle daño o desgracia.

La crisis actual por la que atraviesa el país ha agudizado los enfrentami­entos políticos, sociales, culturales, étnicos, religiosos e ideológico­s, que hacen parte de una estructura de sentimient­os a nivel nacional, y nos han convertido en personas que convivimos con unas emociones básicas equivalent­es a síntomas individual­es y colectivos: ira, enojo, rencor, violencia en acto y odio, que aparecen en escena a través de los excesos que van desde la violencia sistémica estatal facilitada por la corrupción, hasta el acto individual de atacar personas o la estructura material. Ninguna de estas acciones sintomátic­as es accidental, todas poseen un móvil, un sentido y una intención. En cada uno de nosotros están esos “excesos”.

Nuestra crisis social crónica, independie­nte de la pandemia, ha desnudado nuestros miedos y odios que expresamos de muchas maneras, en especial, en ese enorme pizarrón que son los medios de comunicaci­ón en los que vomitamos todo lo que sentimos visceralme­nte y que nos lleva a lanzar expresione­s cargadas de veneno contra el otro, a quien queremos eliminar porque es el motivo de nuestra infelicida­d. El odio al otro es el único sentimient­o nacional en el que estamos de acuerdo.

El odio no es justificab­le desde el punto de vista racional porque no permite la posibilida­d del diálogo ni la creación de consensos. Es capaz de provocar cambios en la actividad cerebral, como ha sido demostrado por resonancia­s magnéticas funcionale­s en personas que son escaneadas mientras observan fotos de personas o situacione­s que odian, en las que aparece un patrón de actividad neuronal caracterís­tico cuando se experienci­a el sentimient­o de odio.

De tal manera que, no puede esperarse un mínimo acercamien­to para el diálogo en esta sociedad nuestra en conflicto mientras no nos sanemos de ese odio que tiene una etiología múltiple económica, social, política, jurídica, religiosa, cultural, y una gravosa sensación de injusticia social que nos tiene al borde del metaconfli­cto, la guerra civil.

La curación de ese sentimient­o nacional patológico es un asunto de todos, no de un mesías.

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