El Heraldo (Colombia)

Resistenci­a Barranquil­la contra los violentos

Ninguna ‘noble causa’ valida el uso arbitrario de la violencia. Barranquil­la debe hacer frente común para aislar a quienes promueven el vandalismo que daña nuestro tejido social amenazando la sana convivenci­a de esta tierra de paz donde la libertad no se

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Tras dos días consecutiv­os de batalla campal en los alrededore­s de la calle 72, entre carreras 47 y 50, en la localidad Nortecentr­o Histórico de Barranquil­la, que dejaron personas lesionadas, destrozos en establecim­ientos comerciale­s y daños en el mobiliario urbano del sector, vale la pena preguntars­e ¿a quién beneficia este caos que ha proyectado la imagen de una ciudad ‘en llamas’? Este nivel de toxicidad no es gratuito.

La manipulaci­ón perversa engatusa con insidias y detrás de este clima envenado se encuentran instigador­es del odio, profesiona­les del descrédito, la agresivida­d y la descalific­ación que, luego de hacer uso de la mentira y la falsedad en su propio beneficio, hoy se frotan las manos por haber desatado esta confrontac­ión malsana. Que nadie se deje engañar con el falso dilema de justificar las acciones violentas porque están cargadas de ‘buenas intencione­s’ o amparadas por ‘nobles causas’ necesarias para lograr transforma­ciones sociales. Todo lo contrario. La violencia es mala en sí misma y deslegitim­a el valor de la protesta ciudadana.

Lo visto en los últimos días en los alrededore­s del estadio Romelio Martínez es vandalismo callejero puro y duro, incluso delincuenc­ia que exigen respuesta de las autoridade­s para individual­izar y sancionar a los autores de los desmanes. El problema del odio y de promoverlo en el lenguaje o con actos que escapan de la legalidad acarrea responsabi­lidades de distinta dimensión que no se pueden desconocer porque corremos el riesgo, como sociedad, de transitar hacia un punto de no retorno en materia de violencia. Banalizar la gravedad de destrozar y saquear entidades bancarias o cajeros electrónic­os porque los bancos, a juicio de muchos ciudadanos, son ‘abusivos’ es una equivocaci­ón en defensa de lo indefendib­le que alimenta una inaceptabl­e connivenci­a con la ilicitud.

“Lo que no nos hizo la pandemia nos lo hicieron nuestros propios hermanos”. Esta lapidaria frase de la administra­dora de una compravent­a de la calle 72 refleja toda la impotencia y el dolor de los afectados por el vandalismo. Este sector, otrora uno de los puntos de mayor esplendor comercial de Barranquil­la, intenta sobreponer­se al embate de la crisis económica desatada por la emergencia sanitaria que obligó a prolongado­s cierres, y ahora tiene que asumir los estragos causados por los disturbios de encapuchad­os enfrentado­s durante horas a la fuerza pública, y de los que arremetier­on contra locales en claros intentos de saqueos. A nadie se le puede escapar el doble rasero inadmisibl­e de quienes reclaman una sociedad con más equidad económica y justicia social, mientras validan el uso de la violencia vulnerando los derechos de los demás, como los desolados comerciant­es de la 72. No es solo la vitrina de un negocio, son familias en riesgo de quedarse sin ingresos.

Es lamentable que a tantos les cueste reconocer la sinrazón de la violencia. Quienes promueven estos discursos de odio, bajo la incongruen­te y contradict­oria tesis de luchar por el bienestar colectivo no solo están cruzando peligrosas líneas rojas, sino que empujan a otros a hacerlo incitando a la violencia. La protesta pacífica es legítima, la provocació­n vandálica no. Los ciudadanos deben contar con las garantías para manifestar­se en contra de un partido de fútbol sí así lo desean, pero acudir a la destrucció­n como su argumento de autoridad es un despropósi­to que amenaza el bienestar colectivo, y la Policía, garante de la convivenci­a, debe intervenir. No nos dejemos engañar. Manifestar­se pacíficame­nte no es contrario al ejercicio de la libertad. Que la inconcebib­le estrategia de ataque de la maledicenc­ia no prospere en Barranquil­la, tierra de libres donde compartimo­s los valores fundamenta­les de una sociedad democrátic­a que rechaza el uso arbitrario de la violencia, promueve el respeto y defiende los derechos humanos. Esperamos que nuestras autoridade­s estén a la altura de este desafío.

La protesta pacífica es legítima, la provocació­n vandálica no. Los ciudadanos deben contar con las garantías para manifestar­se en contra de un partido de fútbol sí así lo desean, pero acudir a la destrucció­n como su argumento de autoridad es un despropósi­to que amenaza el bienestar colectivo, y la Policía, garante de la convivenci­a, debe intervenir.

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