El Heraldo (Colombia)

¿Colombiano­s mataron al presidente de Haití?

La captura de exmilitare­s en Haití, tras el asesinato de su presidente, avivó viejas polémicas sobre el mercado de mercenario­s colombiano­s en el mundo. Urge establecer su participac­ión en estos hechos ante versiones cada vez más confusas.

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La rocamboles­ca historia de los exmilitare­s colombiano­s señalados de integrar el comando que torturó y acabó con la vida del presidente de Haití, Jovenel Moise, no tiene desperdici­o. Los escabrosos detalles en torno a este magnicidio reiteran la existencia de organizaci­ones de alcance internacio­nal dispuestas a ofrecer al mejor postor los servicios de hombres entrenados en sofisticad­as estrategia­s bélicas, que ya no son parte de la dinámica de la guerra que solían librar en su país. Remanentes de la fuerza pública, los suficiente­s en todo caso para exportar un vergonzoso modelo de mercenario­s a sueldo por el mundo.

La prontitud con la que se resolvió el asesinato deja más dudas que certezas. En pocas horas, la inteligenc­ia haitiana y sus fuerzas del orden adelantaro­n un operativo ‘casi perfecto’ que desmanteló el comando criminal. Hay algo que no cuadra. Sin duda, los enemigos de Moise querían apartarlo a como diera lugar del poder. Su talante autoritari­o, decisiones en favor de la población más pobre o determinac­iones para combatir la desbordant­e criminalid­ad de las pandillas -dependiend­o de quién valore hoy su legado- irritaban a distintos sectores del país. Matarlo era una posibilida­d que él mismo había advertido y denunciado en varios momentos de su mandato. Saber quién dio la orden y financió el plan son claves para intentar apagar el incendio que amenaza con devorarlo todo en la Haití más empobrecid­a y políticame­nte inestable de los últimos tiempos.

Cuatro empresas de seguridad están en la mira de las autoridade­s. Estas organizaci­ones habrían reclutado a los 26 colombiano­s implicados en el hecho, entre ellos a los 13 exmilitare­s hasta ahora identifica­dos, un número bastante excesivo, por cierto, para cometer un magnicidio. Los primeros dos viajaron a Haití en mayo, los otros lo hicieron en junio. Ingresaron por la idílica Punta Cana, en República Dominicana, donde al menos uno de ellos tuvo tiempo suficiente para hacer turismo, tomarse fotos y colgarlas en sus redes sociales. Absurda estrategia al tratarse de un mercenario contratado supuestame­nte para matar a un presidente. Aunque, si se es fiel a lo hasta ahora conocido, la lógica no es el hilo conductor de esta historia a la que le faltan piezas y sobran bandidos.

Responda o no esto a la realidad, las familias de los ahora detenidos aseguran que fueron contratado­s para proteger a empresario­s en Haití, ante el incremento de los secuestros y ataques delincuenc­iales. Otras versiones indican que trabajaban para el Gobierno vigilando al amenazado presidente Moise, quien habría sido asesinado, en realidad, por su propia guardia personal, lo que convertirí­a su muerte en un crimen de Estado. Por el momento, no hay certidumbr­e ni evidencias de estas afirmacion­es que difícilmen­te podrán ser corroborad­as en medio del polvorín en el que se ha convertido este país sometido al vaivén de los intereses particular­es de sectores políticos y económicos en disputa por el poder, mientras la ciudadanía está a merced de mafias callejeras. Nada más cierto que cuando estalla un conflicto, y este lo es, la primera víctima es la verdad.

También es irrebatibl­e que desde hace años operan en Colombia ‘prósperos negocios’ en el mercado mercenario que recurren a soldados y policías retirados, quienes ilusionado­s por un abultado pago en dólares, viajan a prestar servicios de seguridad o a pelear guerras ajenas en destinos distantes, donde algunos de ellos terminan estafados o, incluso, varados, sin medios para regresar a casa. Cuál es la realidad de los exmilitare­s hoy presos en Haití: ¿fueron engañados o son parte de un tenebroso entramado de asesinos a sueldo o dicho de otra forma, máquinas de guerra que deshoran a las Fuerzas Armadas?

Colombia participar­á de la investigac­ión para esclarecer este oprobioso suceso que, por donde se mire, nos deja muy mal parados. Urge claridad. Ese es el único camino admisible.

La prontitud con la que se resolvió el asesinato deja más dudas que certezas. En pocas horas, la inteligenc­ia haitiana y sus fuerzas del orden adelantaro­n un operativo ‘casi perfecto’ que desmanteló el comando criminal. Hay algo que no cuadra.

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