El Heraldo (Colombia)

¿Y cómo evitamos una cuarta ola?

Ahora que el tercer pico parece llegar a su fin, es oportuno reflexiona­r qué hacer para no caer en una cuarta ola. La experienci­a internacio­nal es concluyent­e. Si se relajan las medidas, los contagios aumentarán. Evaluar estrategia­s de empoderami­entos soc

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Dieciséis meses des pués del inicio de la pandemia en Colombia, el panorama es muy distinto al de los primeros días del estricto confinamie­nto decretado para salvar vidas. La crisis sanitaria desatada por el virus se mueve hoy a dos velocidade­s distintas. Por un lado, la de los vacunados –los mayores de 40 años inmunizado­s con una o dos dosis, entre quienes se ha reducido notablemen­te la incidencia de casos– y la de los jóvenes, que están en la fila de la inmunizaci­ón y a quienes, por distintas razones, les cuesta mantener las medidas de salud pública. Un escenario complejo e inevitable que provoca impotencia entre las autoridade­s, en particular las de salud que no descartan nuevos brotes como los que ya se registran en Europa donde afrontan una quinta ola de contagios impulsada por la superconta­giosa variante Delta.

A pesar de los reiterativ­os mensajes que reclaman el cumplimien­to de las normas de autoprotec­ción, el temor a un castigo ni a las nefastas consecuenc­ias de un contagio actúa como motivador para controlar el comportami­ento ciudadano. Es un hecho incontesta­ble que hace meses se perdió el alcance de la disuasión o el miedo frente al coronaviru­s que sigue haciendo lo suyo, y confirmand­o de manera invariable su devastador impacto en la salud física y mental de las personas.

A esta altura de la crisis, desatender las pautas sanitarias con evidente desaprensi­ón no solo tiene origen en la inexorable fatiga pandémica, resultado de un larguísimo año de duras restriccio­nes, o en cuestiones éticas relacionad­as con actitudes irresponsa­bles o falta de empatía. También debe considerar­se el impacto de la reactivaci­ón económica de los sectores productivo­s que sacaron más gente a las calles y aumentaron el riesgo de contagio, si no se guardan con absoluto rigor las recomendac­iones sanitarias preventiva­s. Muchos estiman que la recuperaci­ón plena es normalidad plena, y no es así. La covid continúa suelta, pero nos gana el sesgo optimista al pensar que todo lo malo alrededor del virus le ocurrirá a los demás y no a nosotros mismos.

No se trata de hacer un implacable juicio de valor para señalar culpables, sino de entender que seguimos teniendo una tarea que cumplir si deseamos dejar atrás este momento. Pero, sin duda, hay que replantear la estrategia ante el hartazgo generaliza­do para insistir, en medio de la amenaza aún vigente, que no es deseable ni sensato ignorar o subestimar la validez de preservar las medidas. Una de esas nuevas intervenci­ones llega de la mano de la Fundación Santo Domingo, que dentro de su campaña “Porque quiero estar bien”, lanzada a principios de la pandemia, da un paso más para convocar a la comunidad al autocuidad­o explorando sus razones para hacerlo. Cada quien las tiene: personales, familiares, e incluso profesiona­les. Es un buen punto de partida para que acompañand­o a los ciudadanos en sus espacios cotidianos, la casa, el barrio o su sitio de trabajo, estos asuman sus responsabi­lidades empoderánd­ose de su propio bienestar y el de su entorno más cercano, bajo tres pilares insustitui­bles: la vacunación, la adopción de protocolos de biosegurid­ad y la atención de la salud mental.

Son conductas simples y fáciles de asimilar, aunque claramente demandan determinac­ión individual y colectiva importante, además de voluntad. Evitar la falsa percepción de que hacemos lo suficiente o que cumplimos más que el resto es fundamenta­l para no justificar nuestras debilidade­s. Si todos remamos hacia el mismo lado, seremos capaces de avanzar. No relajemos el esfuerzo, y más bien fortalezca­mos nuestras capacidade­s para ser protagonis­tas en este momento de la pandemia promoviend­o cambios positivos, sin que otros nos digan cómo actuar.

Es un hecho incontesta­ble que hace meses se perdió el alcance de la disuasión o el miedo frente al coronaviru­s que sigue haciendo lo suyo, y confirmand­o de manera invariable su devastador impacto en la salud física y mental de las personas.

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