El Heraldo (Colombia)

Dulces para Mercedes

- Por Jesús Ferro Bayona

Ya lo sabía, pero no sé porqué leyendo el libro de Guillermo Angulo Gabo+8 me llamó la atención un párrafo en el que menciona que Mercedes Barcha, esposa de García Márquez, “una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo”, había nacido en “la ciudad de los ríos”, Magangué (Bolívar). De pronto un recuerdo se disparó en mi memoria, -que es así, hecha de fragmentos. Fue cuando mi hermana Clara me contó hace unos años que había conocido en circunstan­cias bastante curiosas al autor de Cien años de soledad. Era cuando ella estudiaba en el reconocido Colegio de la Purificaci­ón de las Hermanas Misioneras Teresitas, cuya fundación había auspiciado y bendecido, por supuesto, el polémico monseñor Miguel Ángel Builes, obispo de Santa Rosa de Osos (Antioquia), famoso por sus homilías contra el Partido Liberal, al que tachaba nada menos que de esencialme­nte malo y, por ende, ser liberal era un pecado. En esos años de 1940, mi hermana subía diariament­e por la calle que de la casa llevaba directamen­te a las puertas del colegio. En el camino –y no supe cómo– se encontraba con García Márquez, que en una de las esquinas la esperaba para entregarle una bolsita con dulces –panelitas de leche, frunas y cocadas– para que se los diera a Mercedes. Ambas habían nacido con un año de diferencia.

Mi hermana me contaba que desde entonces Gabo pretendía a Mercedes, que no vivía lejos en la casa de la familia Barcha Velilla, calle de San Clemente, “que fue borrada del mapa por el avasallant­e comercio del puerto” de Magangué, según contó en una entrevista su tío de 90 años Héctor Barcha. Por el misterio con que mi hermana, ya fallecida, narraba la historia, deduje que los amores de Gabo, entonces un individuo cualquiera, no debían ser al comienzo bien vistos en la familia Barcha Velilla, ya que Mercedes tenía apenas doce años de edad y él cinco años mayor que ella. Y tampoco los veía bien mi mamá cuando se enteró de esos mandados que un joven mayor le pedía en la calle a su hija para su novia jovencita. La empezó a regañar y a darle fuete –un castigo que ahora está prohibido por ley por considerar­se maltrato infantil– que la hacía llorar a raudales al regresar del colegio por la tarde.

Me puse a buscar en los archivos de prensa y encontré que Gabo y Mercedes se conocieron en Magangué cuando ella tenía nueve años. Rodrigo García publica en su libro Una despedida una foto de 1946 en la que se ve a Mercedes a los catorce años, “bajo el sol Caribe”, anota. Esa era la Mercedes de la época que mi hermana me contó. Años más tarde, Zoyla, prima de la Barcha, reveló que recordaba que don Demetrio, padre de Mercedes, no se despegaba de los enamorados cada vez que el galán iba a visitarla. Al parecer las visitas contaban para entonces con el permiso consabido de los papás, pero bajo la mirada fiscalizad­ora del progenitor. A su vez, el relato de mi hermana, de ribetes macondiano­s, contiene fechas y lugares que encajan perfectame­nte, aunque la parte que le tocó fue la de llevar los dulces y hacer el papel de celestina regañada.

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