Y lo que falta
Muchas cosas han cambiado en la actualidad. Por ejemplo, hoy la casa se ha convertido para muchos en lugar de trabajo y en gimnasio. Asimismo, el hogar también se transformó en colegio donde los niños pasan muchas horas frente una pantalla bajo la vigilancia de una madre o un cuidador sin título que los acredite, y sin sueldo, que se tuvieron que convertir en auxiliares de educación.
Antes de la pandemia, nuestra vida transcurría en diversos escenarios. Ahora hemos pasado más de un año casi completamente encerrados; en mi caso, la mayor comunicación que mantengo con el mundo exterior es con ustedes mediante esta columna, en la que evito hablar de Uribe o de Petro para no ser objeto de improperios, amenazas y maldiciones.
La pandemia no cesa en el país. Y ha sido difícil superarla porque desde el inicio, cinco de cada diez trabajadores colombianos se han visto obligados a salir a la calle todos los días en busca del sustento de su familia. Pero también la vacunación avanza demasiado lento: menos del 20 % de la población ha recibido las dos dosis. Estamos entre los quince países con mayor contagios y muertes por covid-19 en el mundo.
En estos días he visto que la ciudad ha despertado, los centros comerciales llenos de gente, muchos vehículos en las calles como si nada pasara, pero no se trata de falta de responsabilidad individual o colectiva. Aunque somos seres pensantes, este encierro nos hace llegar a unos niveles de saturación que condicionan nuestro cerebro.
Daniel Kahneman, el único psicólogo que ganó un premio Nobel por sus estudios en economía conductual, demostró una gran cantidad de mecanismos que engañan nuestros pensamientos, como cuando prestamos atención solo a los datos que confirman nuestros deseos o sacamos conclusiones a partir de un hecho particular: “Mi vecino sale de fiesta y no se ha contagiado”, o lo que se denomina la “falacia del jugador”, que consiste, por ejemplo, en creer que si en días anteriores hemos ido a un centro comercial y no nos ha pasado nada podemos seguir yendo porque no nos contagiaremos, cuando la realidad es que en cada ocasión que vamos corremos el mismo riesgo.
Ha sido largo el sacrificio del confinamiento, sin embargo, “no todos quieren volver a su vida anterior”. Leí en estos días que 4 millones de norteamericanos han renunciado a sus trabajos durante la pandemia; muchos de ellos en este encierro han reflexionado sobre su vida laboral y se han dado cuenta de que no valía la pena, y a otros les ha gustado trabajar desde su hogar.
Al final, cada uno sacará sus propias conclusiones de este momento tan difícil que está matando, en promedio, quinientos colombianos diariamente, y lo que falta.