El Heraldo (Colombia)

Yo también fui niño

- Por Alberto Linero

En estos días, amigos como Susana De León y Jader Igirio, en el contexto de la celebració­n de la #Semanadela­primerainf­ancia, me pusieron el reto en las redes sociales de postear una foto de niño y contar mis sueños. Eso me hizo sumergirme en el mar de mis recuerdos de esa infancia feliz en la que aprendí las bases fundamenta­les para ser lo que hoy soy.

Mi niñez trascurrió en la Santa Marta que se preparaba para sus 450 años, y los años siguientes a esta gran efeméride. En una ciudad en la que todos nos conocíamos y en la que los niños éramos cuidados por todos, y claro, a la vez corregidos por los adultos cercanos. Recuerdo que a los seis años iba a la Escuela Francisco de Paula Santander en bus público, con los niños y adolescent­es del barrio. Era un entorno mayormente seguro. Por eso, me escandaliz­o con la sociedad de hoy, en la que la desnutrici­ón, los problemas de educación y de violencia contra los menores, siguen siendo situacione­s comunes. Una sociedad que no cuida a sus niños, no es sana. No tiene sentido hacer grandes planes de desarrollo en infraestru­ctura, si los menores no tienen un entorno seguro para desarrolla­rse integralme­nte.

Todo comienza en casa, necesitamo­s recuperar la conciencia de que la familia es la primera escuela y los padres de familia los primeros maestros de los niños y niñas, dedicarles tiempo en cantidad y calidad, hacerles sentir explícitam­ente que son prioridad, enseñarles con ejemplo y discurso los valores que se quieren interioriz­ar; hay que corregirlo­s con el amor y la inteligenc­ia requerida. Mis años de primera infancia fueron felices porque mis padres, en medio de sus limitacion­es de todo tipo, me hicieron notar en acciones y palabras que me amaban y que era importante para ellos. Los papás no pueden seguir creyendo que el colegio u otros actores sociales son los primeros responsabl­es de sus hijos.

El estado tiene que garantizar una excelente educación. Y quiero hacer énfasis en la educación emocional, porque hoy es fundamenta­l saber gestionar las emociones para que un ser humano pueda realizarse como persona integrada a una comunidad. Así como se genera ese proceso de “enseñanza-aprendizaj­e” que les permite desarrolla­r sus capacidade­s y habilidade­s cognitivas, se tiene que trabajar en las habilidade­s emocionale­s y sociales para que puedan ser capaces de construir con propósito y sentido. Creo que una de las deudas que tenemos como sociedad pasa por allí, y sobre todo por encontrar una didáctica que realmente permita lograr el objetivo de la educación emocional. Trabajo que se debe hacer en la sinergia del estado, la escuela y la familia.

Otro tema que me preocupa es la experienci­a espiritual de los niños. Algo no estamos haciendo bien, porque en muchos casos, cuando llegan a adolescent­es o adultos, no quieren saber nada de lo espiritual. Tenemos que entender que la capacidad de trascender genera unos desarrollo­s que son necesarios para la felicidad. No es una imposición, ni mitos alienantes, ni corsés morales que nos limitan y nos quitan todo lo que nos gusta, sino una posibilida­d de vivir con un para qué, redundante en actitudes y acciones alineadas y coherentes.

Creo que el trabajo que está haciendo Primera Infancia, en la alcaldía de Barranquil­la es interesant­e y vale la pena apoyarlo. Trabajar en favor de nuestros niños es la garantía de que el futuro será mejor.

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