Yo también fui niño
En estos días, amigos como Susana De León y Jader Igirio, en el contexto de la celebración de la #Semanadelaprimerainfancia, me pusieron el reto en las redes sociales de postear una foto de niño y contar mis sueños. Eso me hizo sumergirme en el mar de mis recuerdos de esa infancia feliz en la que aprendí las bases fundamentales para ser lo que hoy soy.
Mi niñez trascurrió en la Santa Marta que se preparaba para sus 450 años, y los años siguientes a esta gran efeméride. En una ciudad en la que todos nos conocíamos y en la que los niños éramos cuidados por todos, y claro, a la vez corregidos por los adultos cercanos. Recuerdo que a los seis años iba a la Escuela Francisco de Paula Santander en bus público, con los niños y adolescentes del barrio. Era un entorno mayormente seguro. Por eso, me escandalizo con la sociedad de hoy, en la que la desnutrición, los problemas de educación y de violencia contra los menores, siguen siendo situaciones comunes. Una sociedad que no cuida a sus niños, no es sana. No tiene sentido hacer grandes planes de desarrollo en infraestructura, si los menores no tienen un entorno seguro para desarrollarse integralmente.
Todo comienza en casa, necesitamos recuperar la conciencia de que la familia es la primera escuela y los padres de familia los primeros maestros de los niños y niñas, dedicarles tiempo en cantidad y calidad, hacerles sentir explícitamente que son prioridad, enseñarles con ejemplo y discurso los valores que se quieren interiorizar; hay que corregirlos con el amor y la inteligencia requerida. Mis años de primera infancia fueron felices porque mis padres, en medio de sus limitaciones de todo tipo, me hicieron notar en acciones y palabras que me amaban y que era importante para ellos. Los papás no pueden seguir creyendo que el colegio u otros actores sociales son los primeros responsables de sus hijos.
El estado tiene que garantizar una excelente educación. Y quiero hacer énfasis en la educación emocional, porque hoy es fundamental saber gestionar las emociones para que un ser humano pueda realizarse como persona integrada a una comunidad. Así como se genera ese proceso de “enseñanza-aprendizaje” que les permite desarrollar sus capacidades y habilidades cognitivas, se tiene que trabajar en las habilidades emocionales y sociales para que puedan ser capaces de construir con propósito y sentido. Creo que una de las deudas que tenemos como sociedad pasa por allí, y sobre todo por encontrar una didáctica que realmente permita lograr el objetivo de la educación emocional. Trabajo que se debe hacer en la sinergia del estado, la escuela y la familia.
Otro tema que me preocupa es la experiencia espiritual de los niños. Algo no estamos haciendo bien, porque en muchos casos, cuando llegan a adolescentes o adultos, no quieren saber nada de lo espiritual. Tenemos que entender que la capacidad de trascender genera unos desarrollos que son necesarios para la felicidad. No es una imposición, ni mitos alienantes, ni corsés morales que nos limitan y nos quitan todo lo que nos gusta, sino una posibilidad de vivir con un para qué, redundante en actitudes y acciones alineadas y coherentes.
Creo que el trabajo que está haciendo Primera Infancia, en la alcaldía de Barranquilla es interesante y vale la pena apoyarlo. Trabajar en favor de nuestros niños es la garantía de que el futuro será mejor.