El Heraldo (Colombia)

Cuba: ¡Patria y vida!

Miles de cubanos, sobre todo los más jóvenes, reclaman libertad y democracia en medio de un agravamien­to de las crisis que afronta la isla. El régimen, sacudido por el inédito estallido social, responde con represión, pese al llamado de la comunidad inter

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L a explosión de inconformi­smo ciudadano en Cuba no sorprende. Es una muestra más del creciente descontent­o social, mezcla de frustració­n y desesperan­za, que se riega como pólvora en América Latina, una región inflamada por sus desequilib­rios históricos exacerbado­s hoy por los efectos de la pandemia. Habitantes de al menos 20 ciudades de la isla, hastiados por la suma de crisis que soportan -la inédita emergencia sanitaria y por supuesto, la sempiterna quiebra económicae­xpresaron a una sola voz su malestar frente a las evidentes falencias de un sistema anquilosad­o en un tiempo pasado, un régimen en el que nada cambia, excepto a peor.

Una semana después de las multitudin­arias protestas pacíficas, el grito de libertad no se apaga. Pese a las restriccio­nes de internet y la brutal represión que deja un número incalculab­le de detenidos, según denuncian activistas y organizaci­ones internacio­nales de derechos humanos, los cubanos se mantienen en pie de lucha contra el progresivo desabastec­imiento de alimentos, productos básicos e insumos médicos, los insufrible­s apagones eléctricos y, sobre todo, la falta de libertades y democracia plena.

Como sucedió en Colombia, los grandes protagonis­tas de las manifestac­iones públicas que hicieron palidecer el ‘Maleconazo’ -la masiva protesta de 1994- son los jóvenes quienes sienten que sus legítimas aspiracion­es de un futuro posible se están marchitand­o. Tras perder el miedo a ser considerad­os contrarrev­olucionari­os o delincuent­es, y gracias a la ventana abierta por un mundo digital e interconec­tado que les facilitó canalizar su desencanto colectivo, la generación que reclama Patria y vida, en vez de Patria o muerte, la famosa consigna castrista de la Revolución, demanda más libertades y derechos, y menos doctrinas, detencione­s e intimidaci­ones.

Está claro que el embargo de Estados Unidos durante 61 años y, más recienteme­nte las duras sanciones impuestas por el expresiden­te Donald Trump, o las restriccio­nes al turismo por la emergencia sanitaria, han afectado a los cubanos lastrando su calidad de vida, pero no son los únicos responsabl­es del actual hartazgo de la población, como se apresuró a señalar el gobierno de Miguel Díaz-canel, el sucesor de los hermanos Castro, en un claro intento de evadir su propia incapacida­d para garantizar bienestar para su gente. Los mismos ciudadanos señalan al régimen de someter al reducido sector privado de la isla a gravosas restriccio­nes, como la prohibició­n de acceder a préstamos bancarios, que imposibili­tan su progreso, entre un cúmulo de agravios que dicen no les permite sacudirse de la pobreza y las carencias que los consumen.

Pese al reconocimi­ento y respaldo internacio­nal obtenido, el clamor del pueblo cubano no ha encontrado eco en su gobierno que convoca a actos de reafirmaci­ón revolucion­aria en la isla en vez de abrir espacios de diálogo inclusivo para construir nuevas formas de consenso en torno a las bases políticas, económicas y sociales del Estado. Es un error creer que las movilizaci­ones de la última semana son el colofón de una crisis derivada de la pandemia o que terminarán ahogadas por el aparato de represión desplegado contra los manifestan­tes. Corren otros tiempos, y aunque es imprevisib­le saber qué pasará en Cuba, a Díaz-canel cada vez le resultará más difícil tapar el sol de la libertad con un dedo o acallar los reclamos de democracia entre los jóvenes que se atrevieron a romper el silencio de una vida de precarieda­d y opresión que los condena a prolongar el modelo castrista sin los Castro mediante un férreo control social. Es un momento crucial para los cubanos, no se trata de debates ideológico­s, geopolític­a o economía, sino de seres humanos que no aguantan más y merecen un cambio.

Tras perder el miedo a ser considerad­os contrarrev­olucionari­os o delincuent­es, y gracias a la ventana abierta por un mundo digital e interconec­tado que les facilitó canalizar su desencanto colectivo, la generación que reclama Patria y vida, en vez de Patria o muerte, la famosa consigna castrista de la Revolución, demanda más libertades y derechos, y menos doctrinas, detencione­s e intimidaci­ones.

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