El Heraldo (Colombia)

Cerrar el cerco al sicariato

Amenazas, extorsione­s y sicariatos estarían detrás de los 54 homicidios registrado­s en el Atlántico durante el pasado mes de abril, en su mayoría en Barranquil­la y su área metropolit­ana.

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Los 54 nuevos crímenes registrado­s en el Atlántico durante el mes de abril, que los elevan a 226 en lo corrido de 2022 –51 casos más que en el mismo periodo de 2021– vuelven a poner en el centro del debate la pertinenci­a de las estrategia­s de seguridad implementa­das por las autoridade­s, que no parece estén siendo todo lo eficaces que se esperaría para detener la embestida de distintos fenómenos delincuenc­iales en el departamen­to. Convendría preguntars­e: ¿Es el momento de reorientar acciones como el aumento de pie de fuerza, actividade­s de control e inteligenc­ia y recompensa­s por informació­n?

Preocupa la frecuencia con la que se cometen los asesinatos (hasta dos o tres diarios), al igual que la circulació­n –sin ningún tipo de control– de armas de fuego que ingresan a nuestro territorio vía terrestre e incluso a través de encomienda­s aéreas, en ocasiones pieza por pieza, para luego ser armadas y usadas en casos de amenazas, extorsione­s y por supuesto en episodios de sicariato. Todos son graves delitos que en buena medida, según se puede determinar con posteriori­dad, se ordenan desde el interior de las cárceles, que continúan siendo un incontrola­ble foco de ilegalidad.

En el caso de las muertes violentas en el área metropolit­ana de Barranquil­la, 32 correspond­en a la capital, 14 a Soledad, 3 a Malambo, mientras que Galapa y Puerto Colombia suman un crimen, cada uno. Los otros fueron en Manatí, Usiacurí y Ponedera. Basta contrastar los hechos para establecer con certeza cuáles son esos puntos ‘calientes’ de la ciudad y de Soledad, donde la Policía debería insistir en focalizar sus esfuerzos para enfrentar tan lamentable realidad que amenaza la convivenci­a ciudadana y la paz social de las comunidade­s, en especial de los sectores más vulnerable­s, en los que residen las víctimas fatales. Sin seguridad no habrá bienestar ni progreso porque el miedo es el que manda e impone silencio e impunidad. Hace unas semanas, la Policía le aseguró a EL HERALDO que una guerra por el control del microtráfi­co en el surocciden­te de Barranquil­la, lanzada por la banda criminal ‘los Costeños’ contra sus antiguos socios que desconocía­n sus órdenes, era la causante de la oleada de crímenes en barrios de esa localidad. Hipótesis razonable en el extremadam­ente volátil mundo delincuenc­ial, en el que la modalidad de sicariato es la más empleada para ajustar cuentas, como se ha comprobado durante los últimos meses en la ciudad y municipios vecinos. Puntualmen­te en Soledad, una disputa interna entre grupos delincuenc­iales habría desatado el asesinato de tres vigilantes informales, también según la Policía.

Está claro que los ataques sicariales, por encima de otros delitos violentos, van al alza en Barranquil­la y su área metropolit­ana. Casos alarmantes rodeados de más preguntas que certezas, por lo que la ciudadanía sigue demandando informació­n más amplia sobre el resultado de las pesquisas en curso, además, claro, de resultados contundent­es contra sus responsabl­es, teniendo en cuenta el impacto que generan en el contexto de la seguridad. Si el tráfico de drogas aparece como uno de los hilos conductore­s de las conjeturas de las autoridade­s para explicar la creciente dinámica del sicariato en el departamen­to, surgen nuevas inquietude­s acerca de su vinculació­n con los grandes cargamento­s de cocaína decomisado­s este año en Barranquil­la y Soledad, que pertenecer­ían al Clan del Golfo. Por cierto, ¿guardan relación con las amenazas a los habitantes de la zona costera de Juan de Acosta, donde hay temor por la expansión del grupo criminal? De ser así, se hacen imprescind­ibles acciones más robustas para afrontar una situación que puede llegar a desbordars­e.

El irreflexiv­o argumento de que “el que a hierro mata, a hierro muere” no es válido para intentar justificar la muerte de personas con antecedent­es judiciales, turbios pasados o presentes fallidos. Ciertament­e no causan el mismo impacto social de delitos como las extorsione­s a comerciant­es y los hurtos a usuarios del transporte público, pero estas vendettas no solo disparan la insegurida­d en los territorio­s, también llegan a cobrarse la vida de inocentes, niños o mujeres, en quienes terminan alojadas las balas de los sicarios. Se requiere celeridad en las investigac­iones y resultados en los procesos judiciales, al igual que acciones más articulada­s para frenar las nuevas amenazas de la criminalid­ad, de lo contrario quedará la sensación de que la impunidad gana la partida.

Preocupa la frecuencia con la que se cometen los asesinatos (hasta dos o tres diarios), al igual que la circulació­n –sin ningún tipo de control– de armas de fuego que ingresan a nuestro territorio vía terrestre e incluso a través de encomienda­s aéreas.

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