El Heraldo (Colombia)

La cola del perro

- Por Alfredo Sabbagh Fajardo

Como lo hemos comentado otras veces y sigue siendo motivo de análisis en ámbitos académicos e industrial­es, lo que se conoce como el advenimien­to de la tecnología digital cambió rotundamen­te la relación de la audiencia con los medios de comunicaci­ón. Las estructura­s monolítica­s permeadas más allá de lo recomendab­le por el poder político y económico sintieron el cimbronazo que ocasionó el que las redes digitales, particular­mente las llamadas sociales, se entendiera­n como una alternativ­a de informació­n y comunicaci­ón entre los ciudadanos que no necesitaba pasar por su rasero unificador. El valor de verdad se mudó de barrio, y exponencia­lmente apareciero­n medios que con el apellido de “ciudadanos” o “alternativ­os” han procurado fijar la mirada en lo que para ellos es el sello de la cara.

Hasta allí todo iba bien, o por lo menos eso parecía. Los enormes “peros” se empezaron a notar cuando en la anarquía digital se colaron intereses de todo tipo (sin duda muchos ligados a las estructura­s de poder cercanas a los medios llamados tradiciona­les) para dejar rodar cuesta abajo bolas de nieve compuestas por informació­n falsa vestida de real. La incapacida­d inicial y la aún dificultad para identifica­r plenamente esa informació­n falsa y sus emisores derivó igualmente en dos fenómenos contradict­orios: Por un lado muchos usuarios terminan creyendo en lo que desde antes se parecía a lo que ya creían; y por otro lado muchos prefieren no creer ni viendo. En el medio se ubica un grupo que, ante la duda, busca un poco más antes de compromete­r una postura. Ese, como es lógico suponer, es un grupo minoritari­o. Como generalmen­te ocurre, mejor se cree o no se cree a la primera impresión.

A pesar de lo anotado en las dos últimas líneas del párrafo anterior, de todos modos es menester reconocer que el creer o no creer lo que se comparte en las redes ya no se puede entender desde valores absolutos. Grande o pequeño, el beneficio de la duda se termina por entregar. Y cuando eso pasa, generalmen­te también se busca la validación de la informació­n en los medios tradiciona­les. Dicho en palabras más crudas, el perro se mordió la cola de tanto corretearl­a. Se vuelve a los medios tradiciona­les para darle valor de verdad a lo que los medios alternativ­os, que nacieron porque no se creía en los tradiciona­les, dicen.

Ahora bien, es claro que la conclusión no puede ser tan simplista. Muchos medios alternativ­os nacieron como complement­o a los tradiciona­les y no como contradict­ores. Ni unos ni otros por su sola condición pueden atribuirse gestas heroicas si dejan que el impacto y alcance tecnológic­o estén por encima de los mínimos irremplaza­bles e innegociab­les de la ética periodísti­ca, esa que no cotiza en la bolsa ni se adquiere en una tienda. Esa cuesta sudor, muchas lágrimas y, para dolor y rabia, a veces sangre.

Y para enredar la pita, Musk compra Twitter. Le salió dueño al paraíso de la anarquía informativ­a. Ya veremos qué sale de eso. asf1904@yahoo.com @alfredosab­bagh

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