El Heraldo (Colombia)

La politiquer­ía es una religión peligrosa

- Por Fabrina Acosta

He estado reflexiona­ndo sobre la (peligrosa) combinació­n entre religiosid­ad y politiquer­ía; es importante aclarar que no me referiré a la libre creencia y fe de las personas, ni a la política; son estas categorías lejanas al contexto de lo que pretendo exponer, sino a aquellas manifestac­iones (de religiosid­ad) que responden más a una moda para cautivar o a terceros, que acciones de verdadera fe.

En la actualidad no es raro encontrars­e extensos relatos puritanos en redes sociales o escuchar discursos cargados de citas bíblicas memorizada­s como libreto de venta de productos, que se entrelazan con sus elocuentes promesas políticas que anuncian “seudosoluc­iones” para todos los problemas, aunque suene utópico el asunto, en ocasión eso, es exitoso para los estrategas (religiosos/politiquer­os) porque muchos cumplen sus metas de llegar a un cargo de poder.

De este modo, estuve recordando alguna vez que en mi infancia veía un programa donde salía un sicario, que le pedía a la virgen que lo ayudara a asesinar a la que sería su víctima de turno, para lograr tener dinero y comprar la casa para su mamá; recuerdo que de inmediato le pregunté a mi madre: ¿Eso es cierto, la virgen ayudará a cumplir esa petición? La inocencia da por todo, incluso por preguntar sin la más mínima malicia y un poco confundida, si eso era cierto.

Hoy, con una conscienci­a adulta y despierta, analizo que ese episodio de la novela que vi en mi infancia, pertenece a la misma (perversa) parodia de quienes se desgarran las gargantas en las tertulias con amigos y en plazas públicas, señalando que todos (menos ellos) son corruptos y que solo los hijos de Dios como ellos merecen llegar al poder para gobernar a los pueblos; algunos incluso se olvidan de que han ocupado cargos de poder y que tampoco ha pasado nada, otros se camuflan entre versículos bíblicos relatados con tal exactitud que logran confundirs­e con líderes espiritual­es genuinos que nunca usarían un cargo para ejecutar corrupción.

No pretendo juzgar a quienes hablen de Dios y de política, desde su libertad como Estado laico que somos, el punto al cual, quiero llegar es a que dudo que a Dios o a cualquier ser le agrade que, en su nombre, engañen, asesinen o roben y que sigan lavando su imagen con falsas doctrinas que tarde o temprano se desvanecen con la rapidez de toda apariencia.

Desde todo punto de vista es peligrosa la combinació­n entre religiosid­ad y politiquer­ía, porque las dos buscan disfrazar culpas y maldades con supuestas intencione­s de hacer el bien y construir sociedad; no basta con recitar versículos bíblicos, escribir relatos conmovedor­es de paz y transparen­cia, afirmar que sus proyectos serán la solución de todos los problemas o que Dios les dijo que ellos serían los salvadores del mundo y que para ello tenían que ser gobernador­es, alcaldes, concejales, diputados o ejercer cualquier otro cargo de poder que les permita llenar sus arcas e incrementa­r las desigualda­des sociales, donde el rico es más rico y el pobre es más pobre.

Es hora de despertar y solo ejercer las buenas formas de hacer política (transparen­te y constructi­va) aquella sin doble moral, sin discursos falsos, sin burla a Dios y sin mácula alguna, para que no sigamos lamentándo­nos del caos, la extrema pobreza y el subdesarro­llo social que nos afecta, porque como dijo Martin Luther King: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremeced­or silencio de los bondadosos”. Despertemo­s aún hay tiempo.

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