Confiemos en los otros
La confianza es una de las construcciones sociales que nos permiten interactuar sanamente entre nosotros. Basados en ella, podemos intuir el comportamiento de una persona o de un grupo frente a ciertas situaciones, especialmente cuando la experiencia para anticipar su respuesta, ante hechos similares, es limitada.
Los seres humanos somos proclives a confiar, por eso permanentemente estamos valorando la confiabilidad de las personas con las que interactuamos. Cuando enfrentamos eventos donde nos exponemos a personas o colectivos que nos generan poca o nula confianza, la racionalidad puede llegar a paralizarnos por análisis. En resumen, la confianza reduce la complejidad de las relaciones sociales y permite la cooperación.
Los Estados que logran despertar en sus ciudadanos esta emoción de confianza en sus instituciones son más eficaces en satisfacer las demandas sociales. Instituciones públicas poco confiables limitan el crecimiento inclusivo y el alcance de niveles mayores de bienestar.
Múltiples trabajos de acceso libre en internet muestran cómo en América Latina un común denominador durante este siglo XXI ha sido la pérdida de la confianza por parte de los ciudadanos en sus gobiernos. Esa desconfianza creció de manera sostenida en las dos décadas prepandémicas, según trabajos publicados por organismos multilaterales. En retrospectiva y sin incluir en el análisis el impacto de la pandemia, hoy parece estar claro que lo anterior fue generando una gran desconexión entre los estamentos de poder y la sociedad, debilitando el contrato social y poniendo en riesgo la cohesión de la comunidad.
En Colombia, esa gran pérdida de confianza en las instituciones quedó reflejada en los documentos finales del proyecto Tenemos que hablar Colombia, esfuerzo colaborativo realizado por las universidades del Norte, Nacional, Los Andes, Valle y UIS, con el apoyo de la Fundación Ideas para la Paz y del grupo SURA. Con una metodología probada, en diálogos realizados en medio de la pandemia, se logró interpretar el sentir de más de 5.000 personas y definir con ellas cosas de nuestro país que deben cambiarse, mejorarse o mantenerse.
En varios momentos del texto queda clara la necesidad prioritaria para los participantes de restablecer la confianza en el Estado, y entre nosotros los ciudadanos, como herramienta fundamental para alcanzar los inaplazables cambios propuestos. Durante las conversaciones que dieron forma a la iniciativa también quedó en evidencia que las instituciones políticas son reconocidas por los colombianos como los principales agentes de cambio, pero que la pérdida de confianza en ellas ha limitado su poder transformador.
En las conclusiones, los investigadores nos invitan a seguir conversando y nos dejan la tarea de impartir, desde cada uno de nuestros roles en la sociedad, una educación en democracia, civismo, ética y valores como la honestidad, de manera que sea posible no solo combatir la corrupción, sino, además, restablecer la confianza entre nosotros y en lo político.
En un país donde las promesas electorales se deben “firmar en piedra” y autenticar en notaría, la confianza no es precisamente el sentimiento que mueve a los electores.
Los documentos de la iniciativa en: