El Heraldo (Colombia)

Una madre en Colombia

- Por Marcela García Caballero

Vivimos momentos de incertidum­bre, y para mí, el mundo está ‘patas pa’ arriba’. Uno en dónde la gente se indigna por la extradició­n de un delincuent­e, y donde los criminales, al no salirse con la suya, paran con armas al país y llenan a sus habitantes de miedo. La verdad es que mientras escribo estas palabras les confieso que trato de taparme los ojos para no morirme de pánico. Le tengo pavor a lo que pueda pasar. Le tengo pavor a la tormenta que se avecina. Le tengo pavor al resultado de estas elecciones, pues independie­ntemente del que sea, la mitad del país estará en contra. Y en un país violento como este que me vio nacer, cualquier cosa puede pasar.

Así que por eso, porque tengo miedo de inclusive escribir acerca del tema, voy a intentar hablar de otra cosa. Como una cortina de humo que me impongo a mí misma, porque así me lo ha recomendad­o mi terapeuta. Y si a alguien esto le causa gracia, que bueno ser así, qué bueno no preocupars­e por nada, qué bueno no conocer tanto la historia para simplement­e decir: “ay, tampoco es para tanto”. La verdad desearía en este momento ser ese tipo de ser humano, porque tenerle pánico al futuro es algo que no le deseo a nadie.

Así que trataré de calmarme escribiend­o acerca de mi mamá. Como cuando era niña y no sabía qué hacer con mis pesadillas, buscaré a mi mamá. Ahora que soy ‘grande’ y sé acerca de lo que conlleva ser adulto, y de las angustias que trae el llegar a la adultez, me doy cuenta que las mamás la tienen demasiada dura. Porque siempre mantienen una sonrisa a pesar de los problemas, porque siempre te hacen sentir que ‘todo está bien’, aunque nada lo esté, y porque aprenden a disfrazar los miedos con cuentos, con juegos, y con unas cuantas palabras que calman.

Y aunque ser una buena mamá en cualquier parte del mundo es valeroso, ser una buena mamá en Colombia es de heroínas. Y cuando hablo de las mamás, hablo de todas ellas. Hablo de las del campo y de las de la ciudad, de las que viven la violencia desde más cerca, y de las que la viven con cada noticia, de las que tienen hijos en la Policía y en el Ejército Nacional, y de las que cada vez que sus hijos salen a la calle, sus corazones se van con ellos, ¿cómo hacen para mantener la paz y para aparentar que todo está bien? ¿Cómo hacen para transmitir tranquilid­ad cuando hace falta tanto de ella?

La verdad, me alegra en este momento no ser mamá, porque creo que me sería imposible fingir. Lo que está pasando en el país en este momento, dónde inclusive los medios y las redes sociales tergiversa­n las verdades hasta acomodarla­s a lo que les convenga, me hace imposible fingir…ni siquiera puedo fingir que esta columna se trate de mi madre. Al final, a pesar de todos los consejos que me dan, vuelvo y escribo acerca de lo mismo.

En todo caso, espero que todas las mamás mañana disfruten de su día, y espero que sigan siendo el roble que toda familia necesita. Ahora más que nunca, sus palabras de aliento valen más que todo el oro del mundo.

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