El Heraldo (Colombia)

Amor de juventud

- Por Alberto Linero

La conocí cuando yo era joven y estudiaba en el Seminario Regional Juan XXIII. Me impactó su inteligenc­ia y audacia que se expresaba en una búsqueda interior intensa. Leí su poesía, sus narracione­s y oraciones con la avidez del que busca herramient­as para responder a las preguntas fundamenta­les de la existencia.

Su intuición del amor como lo esencial de la vida espiritual me descrestó, porque no ponía el énfasis en la capacidad de atrapar racionalme­nte el sentido o en el poseer un poder de palabra que permitiera entusiasma­r a los otros, ni siquiera en el estricto cumplimien­to de unas normas religiosas. Bien sabía ella que solo era posible responder a las exigencias externas del actuar, si se podía conectar con la propia esencia, que es donde habita Dios. De nada sirve todo lo que podemos construir fuera si no es fruto de un profundo encuentro con la propia singularid­ad; lo cual, podría explicar que algunos a pesar de todo el éxito, las conquistas económicas y los comentario­s dulzones de los áulicos que reciben, sigan ahogándose en el vacío interior de su ser.

Se llamaba Teresa, firmaba con el apellido de su madre, “Ahumada”, y la conocemos como Teresa de Jesús, la de Ávila. Esa de la que dice Kate O´brien: “pudo ser conforme a su impulso un genio literario, fue en realidad una mujer genial cuyos intereses no eran literarios y que empeñó las palabras, que no cabe duda de que fueron sus dóciles esclavas, solo con intencione­s que nada tenían que ver con la literatura, sino únicamente con Dios”. Ella juntaba caracterís­ticas que no parecían ser propias de las monjas de su época: A los 50 años, edad muy avanzada para su tiempo, le decía a un amigo carmelita: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos: decían que era inteligent­e, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba; en cuanto a santa, solo Dios sabe”.

Tal vez lo que más me gusta es esta estrofa de una de sus poesías: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”. La repito constantem­ente, recordando que cuando se tiene un encuentro personal con Dios en lo profundo del corazón, se puede vivir con intensidad, pero sin impacienci­a; con pasión, pero sin desespero; con ganas de aventura, pero sin miedo y confiando. Hay que enfrentar los desafíos diarios con la certeza de que todo se puede solucionar y superar porque lo conocemos a Él, quien da sentido a todo. Eso es necesario tenerlo presente en este momento histórico, donde todo lo que sucede nos desespera, angustia y deprime; en el que muchos se dejan arrastrar por el odio y la indiferenc­ia como únicas opciones para enfrentar las dudas y las adversidad­es de la vida.

Maximilian­o Herráiz dice a propósito de ella: “Vive lo que crees, no te pierdas en devociones bobas, ella no aconseja ninguna devoción y es una monja, y es del siglo XVI… Le basta insistir en la relación personal con Dios, no necesita más. Entonces esto es un mensaje de puro Evangelio, volvamos al Evangelio porque no nos salva la religión, la práctica de la religión, sino nos salva la fe con que vivimos…”.

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