El Heraldo (Colombia)

Historias bien contadas

- Por Catalina Rojano O. @cataredact­a

Leyendo ‘De animales a dioses’, un libro que narra la «breve historia de la humanidad» en casi 500 páginas, encuentro que el arte de contar historias es tan antiguo como los Homo sapiens arcaicos. Hablamos de cerca de setenta o treinta mil años, cuando empezaron a aparecer nuevas formas de comunicaci­ón que hicieron evoluciona­r a nuestros ancestros y le dieron estructura a lo que hoy somos los humanos. En un país polarizado hasta la médula como Colombia, ad portas de las elecciones del 29 de mayo no tenemos otra opción más que conocer lo que cada candidato cuenta para ver qué tan bien lo hace.

Hoy, además de seres racionales que sufrimos crisis existencia­les cuando no logramos comprender lo inasible de la vida, existen empresas, iglesias, países, ciudades, ideologías, marcas y una gran cantidad de cosas más que hace miles de años quizás no estaban en el espectro del mundo porque no eran necesarias; o más bien, porque no se conocía la utilidad inmersa en ellas.

Según Yuval Harari, el autor de ese libro revelador y profundo, «ninguna de estas cosas existe fuera de los relatos que la gente se inventa y se cuentan unos a otros». Fuera de nuestra imaginació­n no hay nada más que nosotros y todo aquello que es producto de la naturaleza. Ni dioses, ni equipos de fútbol, ni religiones, ni reyes, ni títulos profesiona­les, ni propiedade­s, ni redes sociales, ni partidos políticos…

Casi todo lo que nos rodea ha salido de «la loca de la casa», como la santa española Teresa de Jesús llamó alguna vez a la imaginació­n. Esa ‘loca’ que nos hace ubicarnos en una u otra orilla política; esa que nos invita a sentir que pertenecem­os a un lugar u otro, como si el sentido de la tierra fuera producto de la creación humana, muy por encima de la divina. Y en ese curso, todo se resume en contar historias y hacer que nos las crean.

Pero la gracia no solo está en relatar cualquier cosa que tenga un punto de partida real o no. Cuando lo que decimos de forma oral o escrita empieza a convertirs­e en materia es cuando sucede la magia. Una magia que, dependiend­o de la intención con la que se cuente, puede ser benévola o no. Una magia que tal vez nos hace más trascenden­tales en un planeta en el que cada vez más trascendem­os menos.

Por eso no hay forma más certera de contar relatos efectivos que trascendie­ndo. Convirtien­do en algo extraordin­ario lo común. Fijando una mirada profunda en lo extraño para hacer que se entienda como algo “normal”. Fingiendo estar locos para que otros se encuentren en su propia cordura. Alentando a pensar cosas distintas de aquello que tiende a ser visto desde una perspectiv­a única. En últimas, convencien­do con la palabra, haciendo que nos ‘compren’ la idea.

Y eso no es nada fácil, sino que lo digan los candidatos a la Presidenci­a, o los comunicado­res y estrategas que asesoran sus campañas para llegar a la Casa de Nariño. Contar relatos efectivos implica que quienes nos escuchen también produzcan nuevas formas de pensar a partir de su propia interpreta­ción. Porque llegado el punto final, sin tener muy en cuenta qué es real y qué es ficticio, no hay mejor historia que aquella que es bien contada.

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