Días difíciles
¿De dónde saca ánimo y fuerza para vivir? ¿Cómo hace para mantenerse motivado? Me pregunta una adolescente mirándome fijamente, con la actitud de quien espera una fórmula mágica para poderla seguir con la fidelidad de una aprendiz de magia. Me sonrío porque es emocionante que ella me perciba así, pero también porque no es cierto que siempre esté motivado y animado; también tengo esos momentos en los que la nostalgia tiñe de gris mi visión, el miedo me hace temblar desde lo más profundo de mi ser, la melancolía me visita con la intención de quedarse en mi corazón y evitar que siga bailando y cantando en la vida, más en estos momentos en los que nuestras dinámicas sociales advierten que no queremos coincidir para construir proyectos, sino que cada vez más nos escondemos en fanatismos y sectarismos para enfrentarnos con los “no partidarios” de nuestras ideas. Opté por proponerle cuatro actitudes y acciones en las que trabajo conscientemente a diario:
1. Pensar en positivo:
lo que constantemente nos decimos es fundamental en nuestras acciones diarias. De la calidad de nuestros pensamientos depende la calidad de nuestra vida cotidiana y el cómo nos sentimos. Pensar en positivo no significa que vivamos enajenados por los buenos deseos y descuidemos la realidad tal cual es; tampoco significa negarnos a descubrir lo desagradable que hay en la vida. Se trata más bien de asumir toda la existencia desde una perspectiva agradable en la que pensemos lo mejor de todo y busquemos cómo hacerla más productiva; pensar siempre que va a suceder lo mejor y no adelantar, como agoreros, la peor situación. El diálogo interior tiene que ser siempre una ocasión para descubrir lo mejor que puede pasar; seguro así es más fácil prepararse para hacer, con esfuerzo y trabajo, que suceda.
2. Tener presentes los beneficios del esfuerzo que estoy haciendo:
a mí me impacta que cuando el ejército de Saúl está acobardado por la presencia del guerrero profesional Goliat, llega David y pregunta: “¿Qué darán al hombre que mate a este filisteo?” (1 Samuel 17, 26) Siempre hay que tener claro qué se puede ganar. Son los beneficios los que le dan sentido a los esfuerzos que hacemos. Cuando estoy en medio del desánimo por una tarea que me cuesta asumir, siempre evidencio cuál es el beneficio que voy a obtener al final y eso me hace querer seguir adelante.
3. Recordar mis cualidades y capacidades, no para vanagloriarme de ellas, sino para amarme y confiar en mí:
no puedo estar animado si creo que no soy capaz de nada. Seguro el desánimo me arrolla si considero que soy inapto para las luchas que estoy dando. La motivación es empujada por la confianza. Creo en mí y en lo que soy capaz de hacer, y no porque alguien lo diga, sino porque soy consciente de cada una de las habilidades que he desarrollado, de las destrezas que he aprendido y de las capacidades que la naturaleza me dio.
4. Vivir una experiencia espiritual que me haga saber que siempre puedo ir más allá de mis límites y me empuje desde dentro a buscar mi mejor versión:
esos momentos sublimes en los que tengo paz en medio de la tormenta, porque confío en que no todo depende de mis fuerzas.
No sé si la adolescente quedó satisfecha con mi respuesta, lo cierto fue que me agradeció y siguió su camino.