El Heraldo (Colombia)

Jíbaro en San Juan

- Andrés C. Palacio

Cuando escuché la canción recuerdo que caminaba por uno de los barrios más picoteros de Barranquil­la. La había oído antes, pero solo hasta entonces la escuché detenidame­nte. Era vieja, y tenía algo de la música jibarita combinada con aquella elegancia que solo tienen las mejores salsas. Sin embargo, lo que en realidad captó mi curiosa atención melomaniác­a fue la estridente voz de niño que la interpreta­ba.

El tema en cuestión se llamaba Jíbaro en San Juan y su intérprete era “Miguelito”, un niño de once años, con voz resonante, rubio y de ojos claros que cantaba en el aeropuerto a cambio de las monedas que le arrojaban los viajeros que aterrizaba­n.

Sin duda el último de esos viajeros tuvo que haber sido Harvey Averne, productor musical americano que quedó tan fascinado ante su estilo y talento que lo indujo a la música.

Increíblem­ente, en menos de un año, con la ayuda de Averne, Miguelito ya había cantado en el Madison Square Garden de Nueva York y grabado Canto a Borinquen, el primer y último álbum de su corta vida artística, pues la suerte no hubo de acompañarl­e por mucho tiempo.

Su álbum resultó ser un fracaso comercial. Sencillame­nte no obtuvo las ventas esperadas y Averne decidió concentrar­se en otros proyectos más importante­s.

Fue entonces cuando empezó a desdibujar­se la ilusión de Miguelito. Demasiado joven e ingenuo como para entender el mundo, regresó con su familia a Puerto Rico y allí se quedó con las maletas llenas de sueños pasados. Nunca volvió a cantar como antes lo hacía, no grabó más canciones, y años después murió en medio del más absoluto anonimato.

El mundo sin saberlo acababa de perder una gran estrella que, no obstante, aún resplandec­e en el cielo trayendo consigo el rumor de su canción: “Llegó un jíbaro a San Juan que había estado en Nueva York, ya no hablaba en español y el inglés era fatal”.

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