El Heraldo (Colombia)

Otra cosa es con guitarra

- Por Katherine Diartt P.

Hace cuatro meses, el mundo entero y en Colombia se celebraba el triunfo electoral de Gabriel Boric como presidente de Chile, que parecía estar justificad­o por las ideas de cambio que representa­ba y por encarnar a una juventud idealista y luchadora. Sin embargo, en las últimas semanas se ha hecho popular un refrán chileno para describir su gestión: “Otra cosa es con guitarra”. Es decir, criticar es una cosa y gobernar es otra. La Convención Constituye­nte ha corrido con la misma suerte, el plebiscito que le dio origen fue aprobado con un 80 % de los votantes, y hoy su gestión es aprobada por un paupérrimo 25 %. ¿Qué pasó y cómo entender tal volatilida­d política?

Una regla básica de la democracia es entender que las mayorías son circunstan­ciales y que los oponentes no son enemigos. El gobierno de Boric y la Convención Constituye­nte han pecado de revanchism­o, y a su inexperien­cia con la cosa pública se ha sumado un idealismo peligroso que parte por rechazar la voz de los técnicos. A la Convención Constituye­nte, por ejemplo, se le dio el mandato de redactar una nueva carta magna; no obstante, desde su directiva se negaron a escuchar a campesinos, agricultor­es, mineros (sí, en un país minero), empresario­s e incluso académicos. ¿Quiénes podían participar? Quienes tuvieran ideologías afines con la directiva. No es de extrañar que lo que comenzó con una censura a “la derecha” o todo lo que olía a oposición, ha llegado a ser mayoría.

Un segundo error, que explica el enojo de amplios sectores del país austral, se relaciona con los propósitos refundacio­nales que parten por desconocer logros de occidente como el Tribunal Constituci­onal, la independen­cia del Banco Central o la existencia del Senado como contrapeso del Ejecutivo. Para usted que me lee, estas institucio­nes que damos por sentado en nuestras democracia­s no solo protegen al ciudadano promedio de gobiernos dictadores, también evitan que lleguemos a ellos.

Un hecho que llama la atención de los estudiosos de este caso se relaciona con las iniciativa­s ciudadanas; es decir, la posibilida­d que les dieron a los chilenos de presentar proyectos para su discusión cumpliendo un mínimo de firmas. Iniciativa­s como la libertad de culto o de enseñanza, que en Colombia tienen un rango constituci­onal y que recogieron más de 200.000 firmas, fueron considerad­as “poco relevantes”, dándoles 5 minutos para su presentaci­ón. A escasas dos semanas de terminar su trabajo (el 4 de septiembre será la votación del plebiscito de salida), estos derechos fundamenta­les no fueron incluidos.

No son pocos quienes vieron en esta instancia una oportunida­d para superar la crisis de 2019. Paradójica­mente, muchos de sus promotores, entre ellos el expresiden­te Ricardo Lagos, no solo están arrepentid­os, sino que han reconocido que su aprobación significar­ía conflicto y retroceso para toda la sociedad chilena. Frente a declaracio­nes como estas y la victoria contundent­e que las encuestas le dan al rechazo de salida, los nostálgico­s de la revolución hoy hablan de una tercera vía que pueda incluir a los técnicos. Una vez más, la experienci­a chilena nos enseña que no somos inmunes a las promesas de una revolución gloriosa, relajarnos frente aquello que la ponga en riesgo es no entender que, en política, ni las libertades ni los derechos se dan por sentado.

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