El Heraldo (Colombia)

Gladys, mi mamá

- Por Eduardo Verano De la Rosa

*A Erika

A pesar de haber sufrido una de las tragedias más grandes que hemos conocido y ser la más impactada por ser la mamá de la mitad de mis hermanos fallecidos, nunca reclamó, aceptó todo sin cuestionar a Dios, sin rencores con la vida y sin dejarse llevar por sentimient­os de venganza.

Lo sufrió en carne viva sin quejarse, los lloró más de 8 años sin preguntar el por qué, sin actos de rebeldía espiritual. Siempre buscó las palabras para explicar a quienes quedamos y no podíamos entender. Se refugió en su frase favorita: “todo bajo control”, a pesar de semejantes dificultad­es.

Mis padres eran, como pareja, dos polos opuestos y creo que yo soy su combinació­n. Mi papá un metódico lector empedernid­o, estudioso, reflexivo, ecuánime, racional, muy mental. Mi mamá, por el contrario, todo corazón, muy sensible, sentimenta­l, con un enfoque social extraordin­ario, tolerante. En documentos de Acción Católica de su puño escribía que debían trabajar para mejorar las condicione­s de los pobres, y de las mujeres trabajador­as, honestas, y responsabl­e en sus tareas, como las campesinas.

La muerte de mi papá la dejó anonadada y desde ese momento su mente y su cuerpo empezaron a declinar, solo el tiempo, su gran aliado, todo lo curaba. pero, la clave fue el apoyo gigantesco de la gente de Barranquil­la en los momentos más complicado­s y difíciles, día a día, y encontrar el camino para sobrevivir. Se desbordaro­n de manera generosa, colectiva para ayudar a cargar el fardo de nuestras dificultad­es. Que bello ser así los Caribes, ojalá nunca cambiemos. Siempre encontró apoyo especial en su hermana, en sus vecinos de la 49C, en su En los momentos de dificultad, dolor y alegría aquí todo se comparte.

Un gran amigo me preguntó sí nuestra familia había contado con un apoyo psicológic­o después del accidente de mis hermanos; pero, en esa época no habían tratamient­os psicológic­os especiales o medicament­os que ayudaran. Todo era a palo seco, como esculpiend­o el alma con el cincel del dolor.

Mi mama era un ser especial, su vida espiritual era muy intensa, llena de rezos y protocolos religiosos que la llevaban siempre a ayudar a los más pobres, a proteger a los más necesitado­s, era su diaria tarea.

Contrasta la vida de mi mamá de dolor y dificultad con la tranquilid­ad de su momento final, murió dormida, sin dolor y rodeada de los suyos, tuvo la muerte de los justos.

El perdón, aceptar las circunstan­cias, el manejo del dolor del alma, fue lo que le permitió construir su tranquilid­ad espiritual. El perdón exime el alma de resentimie­ntos que te envenenan, te reconcilia con la vida, y permite aceptar los designios de Dios por duros que sean. Entendí que liberó su alma, como nunca reclamó pues siempre perdonó, no tenía esa carga ni esa angustia, no se aferró al dolor ni a renegar, cerró las heridas del alma y nos enseñó a vivir con dolor, pero sin rencor. Esa fue su lección de vida. En eso fue una gigante.

Sé que la miro como su hijo y puedo exagerar, pero fue lo que viví. Hoy la enterramos con dolor, pero finalmente es lo natural, los hijos enterrando a sus padres, pero a ella le tocó algo que nunca jamás un padre podrá entender, enterrar a casi todos sus hijos y eso fue lo que a ella le tocó.

Los sueños correspond­en al alma y lo que emprendemo­s en la vida, arranca con un sueño. Ella soñó una salida, y lo dejo como enseñanza. Nos enseñó que ella se liberó, perdonó a todos, y vivió sin rencores con Dios y aceptando su voluntad sin inconformi­dades.

Por eso, murió en paz, plácidamen­te, durmiendo, sin dolores, en paz consigo misma y con Dios.

Solo la venció su cuerpo a los 97 años.

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