El Heraldo (Colombia)

Perdón social

- Por Remberto Burgos

Fyinalizab­a una conferenci­a sobre cerebro, corrupción

sanción social y, enfatizaba en la importanci­a de la educación desde niño. Quien se roba una aguja en la infancia termina involucrad­o en los grandes robos que han desfalcado el país. El fundamento neurobioló­gico es simple: cuando un individuo hace algo malo, en contravía de sus valores y principios, los exámenes de resonancia magnética funcional detectan que la amígdala del lóbulo temporal se activa en forma enérgica, (Garret N.,et al “The Brain Adapts to Dishonesty”, Nature Neuroscien­ce, septiembre 2016.). Si se repite el acto la activación va disminuyen­do hasta que ocurre una especie de acostumbra­miento y la amígdala deja de enviar las señales de alarma. Se van perdiendo los escrúpulos y el cerebro se acostumbra a la deshonesti­dad. Se crean comunicaci­ones y conexiones sinápticas en donde se naturaliza la torcida: “perro huevero no pierde el vicio”.

Las leyes, normas y especialme­nte la recompensa y castigo son los grandes facilitado­res o inhibidore­s para que la corteza prefrontal o la amígdala funcionen adecuadame­nte. Así se construyen los juicios morales. Una sociedad que es permisiva con los actos de corrupción y flexible en sus reglas va languideci­endo la función de la corteza prefrontal y la fuerza con la cual la amígdala del lóbulo temporal previene y alerta al individuo para que no caiga en el torbellino de la conducta anómala. El fundamento neurobioló­gico de “acá no pasa nada” y la pérdida de los escrúpulos es la impunidad: es la forma de perpetuar la corrupción como enfermedad sistémica. Cuando se explora el sentir de los colombiano­s el 80% piensa que nuestro mayor mal es la corrupción. Sin necesidad de ser Einstein, podemos afirmar que es el agujero negro y la cloaca donde depositamo­s nuestras conviccion­es. Y si no hay sanción para los responsabl­es se ratifica porque solo el 5% del país confía en la institucio­nalidad (justicia, congreso, ministerio­s públicos). Enseñamos con nuestro ejemplo a los hijos a sobornar y que cuando nos acerquemos a los recursos públicos es la oportunida­d para enriquecer­nos. La trampa, es un aminoácido de nuestro alelo comportame­ntal, y la gangrena nacional que ha pervertido nuestra conducta social.

Quien comete un ilícito tiene derecho aun justo y debidoproc­eso. sin manipulaci­ón y con sentencia que engalane que existe justicia transparen­te y confiable. Cuando el veredicto llega hay una cuota de responsabi­lidad que debe pagarle a la sociedad que ha ofendido. Debe cumplir su pena. La impunidad y falta de castigo inmortaliz­an los delitos y se le coloca al cerebro un pendón:” acá no pasa nada”. Se pierde el temor y se diluyen los escrúpulos. Ningún colombiano puede quedar a la espera de la justicia y con mayor prontitud y energía los que el azar de la vida les ha dado las mejores oportunida­des.

El cerebro colombiano necesita que sienta la mirada del control y el dictamen de la sanción social. Esta no puede debilitars­e con perdones interesado­s en beneficios personales. No es justo que quienes han molido vidrios con las nalgas, trabajando toda una vida, vean palacetes construido­s con columnas torcidas de impunidad que han beneficiad­o a estos propietari­os, ladrones callejeros, del estado. No podemos parir una sociedad que bendice a estos descompues­tos.

Diptongo: de nada sirve enchufes o tomacorrie­ntes nuevos si los cables de conexión están podridos. Así funciona el cerebro de los corruptos.

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