El Heraldo (Colombia)

Congreso animal

- Por Catalina Rojano O. @cataredact­a

Situémonos en la antigua Roma. En aquel tiempo, existió un emperador llamado Calígula, memorable por su carácter despótico y recio. Mientras Calígula odiaba y despreciab­a a los senadores romanos, de forma desmedida entregaba su amor y mimos a un ser por el que sentía una singular devoción. Un caballo. Incitato se llamaba el equino que Calígula quiso convertir en sacerdote y cónsul para demostrarl­es a los senadores que el animal podía desempeñar sus funciones igual o mejor que ellos. ¿Verdad o mito? No se sabe con certeza si esta última parte de la historia sea lo uno o lo otro. Pero si hablamos del Senado colombiano, hay razones de sobra para decir que la realidad supera la ficción.

Esta semana vimos un acto circense más en el Congreso de la República. Cuando un senador del Centro Democrátic­o ingresó al recinto del Senado con Pasaporte, un caballo que él presentó como su mascota y que lo acompañó a su lugar de trabajo tras el aval de Roy Barreras, presidente del Congreso, para que los congresist­as lleven a sus mascotas a las sesiones en la idea de que el Congreso se convierta en un establecim­iento ‘amigable con los animales’. El problema en todo esto no son los animales (nunca lo son), sino la falta de responsabi­lidad, de seriedad y de coherencia de los humanos.

Mientras en las plenarias se debatía un proyecto de ley que propone prohibir las corridas de toros en Colombia, un parlamenta­rio hacía su entrada estelar al Capitolio Nacional montado en su honorable caballo blanco. No era el prócer Simón Bolívar. Tampoco Calígula en compañía de su amado Incitato. Era un hombre que, sentado sobre un caballo, tal vez buscaba restarle atención a un asunto que se ha discutido mucho, pero quizás no lo suficiente para que sea un hecho: la abolición de las corridas de toros en el país.

Con su aparatosa aparición, el hombre quiso dejar “un claro mensaje”. Habló entonces con la prensa sobre los millones de campesinos y las miles de familias ganaderas del país que viven de los caballos. Dijo a la prensa no estar de acuerdo con que se quieran eliminar las cabalgatas, ni el coleo, ni los actos con animales (no especificó qué tipo de actos, al parecer los defiende todos); eso, basado en el argumento de que «estos seres hacen parte del desarrollo social del país».

En su discurso falaz, me pregunto dónde dejó los vehículos de tracción animal, que en capitales como Barranquil­la y Cartagena todavía circulan; o por qué no mencionó las corralejas, que siguen sumando muertos y heridos a nuestra historia; o las peleas de gallo, en las que animales que ‘razonan’ ponen a sufrir a indefensos bípedos que no. El debate ahora no debe ser si se puede considerar o no como mascota a un caballo. La discusión debería ir más allá de los perros y los gatos, o de los animales de compañía más usuales.

Ni en la época de Calígula ni en la nuestra los caballos son pertinente­s en el Senado, que por adoptar la cultura pet friendly no puede terminar siendo un zoológico, aunque en ocasiones lo parezca. El amor por los animales es importante, mas no debe desviar nuestra atención de otros asuntos que también lo son.

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